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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

París y Berlín rompen el juego

La Unión Europea vivió ayer el peor desastre, en el plano económico, desde las tormentas monetarias del verano de 1993. Una mayoría del Consejo de Ministros de Economía y Finanzas, dirigida por Francia y Alemania, suspendió de facto el Pacto de Estabilidad para poder escapar a las sanciones previstas por romper los límites al déficit, sin importarles la crisis de consecuencias imprevisibles que abren con esta decisión. La Comisión Europea montó en cólera. El comisario Pedro Solbes declaró que los ministros hacen caso omiso de la ley, y amenazó con acciones legales ante los tribunales. Y el Banco Central Europeo, en un movimiento con escasos precedentes, convocó una reunión de urgencia tras la que lamentó 'profundamente' la decisión del Ecofin y se puso del lado de Solbes y la Comisión. Resulta difícil imaginar un desenlace peor.

El acuerdo se aprobó por mayoría cualificada con el voto en contra de Holanda, Austria, Finlandia y España, que después de marear durante varios días sobre su posición, se alineó finalmente con la minoría. La grieta que se abre ahora resulta todavía difícil de calibrar, mientras los mercados internacionales observan atentos las dificultades de coordinación en la política económica de una moneda que aspira a convertirse en referente mundial junto al dólar.

Este periódico ha defendido en varias ocasiones que había que revisar a fondo el Pacto de Estabilidad. Que la marcha de los acontecimientos dejaba meridianamente claro que, en su redacción original, servía mal a los intereses de Europa en la actual coyuntura. Pero la manera en la que finalmente se ha hecho es, de todas las posibles, la más dañina. A ello han contribuido, desgraciadamente, todos los actores. La Comisión avisó tarde y sólo tímidamente de las previsiones irreales de crecimiento de la mayoría de los países. Y varios Gobiernos cedieron también a la tentación del corto plazo, con rebajas fiscales inapropiadas, en función de sus citas electorales.

Esta frágil convivencia estaba llamada a saltar por los aires tan pronto como llegase la primera crisis. Y así ha sido. Solbes, además, se ha empecinado en una interpretación legalista y automática del pacto, previsto no para castigar al alumno retrasado, sino al indisciplinado. La Comisión hizo bien en llamar al orden a Francia, cuyo díscolo ministro de Finanzas despreció repetidamente las normas. Pero cometió un grave error al activar el mismo mecanismo contra una Alemania que se esforzaba en recortar su déficit. Tratar a ambos por igual ha tensado la cuerda hasta romperla por el lado más débil, obviamente el de la Comisión.

La zona euro es una unión de derecho y la ley debe respetarse. Pero la profundización de la unión política exige también respuestas ágiles en cada momento. El desastre de ayer alerta sobre la necesidad de estrechar los lazos de integración económica y política de unos países que comparten divisa y han cedido su soberanía monetaria al BCE. Se impone reconducir con acierto el conflicto. Y mirar al futuro: los Quince están a punto de desperdiciar la negociación de la futura Constitución para introducir mecanismos más inteligentes de vigilancia. El corto plazo, lamentablemente, amenaza con imponerse de nuevo.

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