Despidos voluntarios
El número de trabajadores que se han adherido al expediente de regulación de empleo de Telefónica ha superado las previsiones de la propia empresa. Y ello a pesar de que se trataba del plan de despido colectivo de mayor volumen llevado a cabo en España. Para los gestores de Telefónica debería tener algo de inquietante que los empleados estén tan deseosos de marcharse de la compañía.
Caben al menos dos explicaciones a este fenómeno, acaso compatibles o complementarias entre sí. Por un lado, que las condiciones ofrecidas por la compañía eran lo suficientemente atractivas como para lograr la desvinculación voluntaria hacia el retiro anticipado o la búsqueda de otra ocupación. Por otro, que los empleados se dieran cuenta de que las funciones que habían venido desempeñando hasta el momento habían dejado de tener contenido real. En cualquier caso, siempre es mejor una regulación de empleo voluntaria que una traumática, como la que se está viviendo en Antena 3, cuyos empleados pueden encontrarse hoy sobre sus mesas las cartas de despido. Como fenómeno, es interesante ver que el acuerdo ha sido posible en una empresa con una cultura sindical arraigada, mientras que el enconamiento se está produciendo en otra de menor tamaño y menor índice de afiliación.
Lo más preocupante del ajuste laboral de Telefónica es que no es el primero y puede no ser el último. La compañía ha advertido al Gobierno que, si los ahorros o las eficiencias derivadas del expediente actual se trasladan al final a los competidores -en forma de menores precios de interconexión, por ejemplo-, en cinco años la empresa estará otra vez en la misma situación que motiva los actuales despidos.
Una vez más, cabe preguntarse si el mejor camino hacia la rentabilidad es el que sólo apuesta por reducir costes o recortar empleo, y no por el desarrollo y la capacitación de los recursos humanos, acompasados con una política razonable de crecimiento.