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Columna
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Las cuentas nacionales

El Banco de España dio a conocer el pasado martes su estimación de la cifra del crecimiento de la economía en el tercer trimestre de este año, un 2,3%. Este dato probablemente se aproximará bastante o incluso coincidirá, como suele ocurrir, con el que el Instituto Nacional de Estadística (INE) hará público unos cuantos días más tarde. En esta ocasión está previsto para la última semana de noviembre.

No es, naturalmente, imposible esa aproximación o coincidencia de estimaciones, pero es bastante improbable dada la peculiaridad inherente de las cuentas nacionales.

Puede que esta concordancia no parezca chocante a quien piense que las cuentas nacionales se rigen por los mismos principios que la contabilidad de empresas. En ésta, dos contables que examinen independientemente los libros de una empresa, apliquen los mismos conceptos contables, utilicen los mismos documentos de base y sigan criterios de valoración idénticos llegan normalmente a los mismos resultados.

Pero la Contabilidad Nacional tiene poco que ver con la de empresas, aparte de utilizar su presentación y terminología. Parte también de un conjunto de conceptos y definiciones que configuran el sistema de cuentas -el SEC 95, actualmente obligatorio en los países de la Unión Europea- que es de suponer aplican correctamente tanto el Instituto Nacional de Estadística como el Banco de España. Pero ahí termina todo lo que debería llevar a los mismos resultados. Las dificultades empiezan al no haber ningún documento de base, es decir, ninguna estadística que proporcione directamente los distintos elementos que componen las cuentas del sistema.

Para obtener estos agregados en precios corrientes es preciso aplicar complejos procesos de estimación a fin de adaptar las estadísticas disponibles a las definiciones de la Contabilidad Nacional, y estas dificultades se multiplican al pasar estos agregados a precios constantes en otro proceso de estimación no menos laborioso.

En esto reside realmente la peculiaridad de las cuentas nacionales, pues si en los centros de estudio se enseña su teoría, no se hace lo mismo con su práctica, que sólo se aprende a pie de obra y como cada maestrillo tiene su librillo las estimaciones de un mismo agregado hechas por distintos contables pueden ser, y generalmente lo son, muy diferentes.

La importancia de las cuentas nacionales para orientar la política económica y las decisiones de los agentes económicos, y los importantes márgenes de error que pueden tener sus resultados debido a las grandes dificultades de su elaboración, aconsejan controlar al máximo la fiabilidad de sus cifras.

De hecho los países estadísticamente avanzados han afrontado este problema con dos actuaciones complementarias que son inéditas en España. Han empezado haciendo transparente el proceso de elaboración de las cuentas, dando a conocer exhaustiva y detalladamente la metodología aplicada en el mismo. Han creado también órganos de control de las cuentas formados por técnicos en la materia y representantes de los agentes económicos con cometidos similares a los tribunales de cuentas con las cuentas públicas.

Ya hubo en el régimen anterior una Comisión de Cuentas Nacionales como un remedo -uno más- de la práctica seguida por nuestros vecinos galos, pero mientras allí ejercía, y sigue ejerciendo, una función de control eficaz, aquí sólo servía como refrendo nominal de las cuentas nacionales.

En un intento de cambiarlo todo en la transición política se arrojó el bebé (ese organismo de control) con el agua sucia, con el mismo propósito probablemente que en circunstancias similares perseguía el príncipe Tancredi en El Gatopardo, de Giuseppe di Lampedusa, al enfrentarse con el cambio de régimen político que llevó a la creación del Reino de Italia.

La fe es una virtud teologal que permite creer lo que no vemos en las cosas espirituales, pero para algo tan terrenal como las cuentas nacionales esa creencia sólo se consigue probando su aproximación a la realidad.

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