La Valetta exprés
Parece la hora del paseo en una ciudad española. Españoles son la mayoría de los que gesticulan y gritan y llenan cada esquina de la Republic Street, en la capital de Malta. ¿Un espejismo? Tal vez, producido por la llegada de uno o varios cruceros. Los españoles se están aficionando a éstos, y Malta es asignatura obligada en los que surcan el Mediterráneo. De eso vive el país: el 60% de sus ingresos le viene del turismo; sólo un 10%, de la agricultura o pesca, y el resto, de pequeñas industrias y servicios. Los visitantes (1,1 millones al año) contribuyen a la impresión general de multitud.
Y ¿qué puede hacer un crucerista en las tres o cuatro horas para pisar tierra? Casi nada aquí, en La Valetta, y nada de nada, desde luego, en el resto de Malta. Que es mucho más de lo que parece. Engañan las dimensiones; una semana quedaría incluso corta para descubrir esta costra increíble de civilizaciones, de arte al por mayor. En la capital, el turista puede evitar el ataque de desesperación optando por darse un paseo en karrozin (calesa típica) y conformarse con sensaciones epidérmicas. Si pretende algo más, tendrá que emular a un velocista para meter en mochila de pocas horas la catedral y sus caravaggios, más alguna de las 25 iglesias, el Gran Palacio del Maestre, alguno de los palacios o albergues de las ocho comunidades o lenguas de los caballeros de Malta, el museo arqueológico, las panorámicas desde los jardines Barakka.
Merece la pena gastar sin pena una hora en el espectáculo audiovisual The Malta experience, en el bastión de St. Elmo (cuatro sesiones al día, en 14 idiomas). Da buena idea de la vida abigarrada y rica de este pequeño archipiélago (Malta, Gozo, Comino y algunos islotes más). Resulta que aquí se construyeron templos megalíticos (ahora patrimonio de la humanidad) antes de que Egipto levantara sus pirámides. Todas las civilizaciones mediterráneas han dejado su poso en este fielato estratégico. Con especial dramatismo se revive el Gran Asedio de 1565, cuando el turco Solimán intentó apoderarse del territorio, sin conseguirlo; tras aquel episodio terrible, el gran maestre Jean Parisot de la Valette hizo fortificar lo que es hoy día La Valetta.
Nació así esa proa inexpugnable, rodeada por brazos de mar en cuyos bordes se apostan ciudades igualmente acorazadas: Vittoriosa, Conspicua, Senglea, Sliema. También estas ciudades tienen qué ver. Y las ciudades del interior, sobre todo Mdina (antigua capital) y Rabat, donde unas catacumbas recuerdan que San Pablo naufragó en Malta (según cuentan Los hechos de los Apóstoles) y lanzó la semilla de la herencia religiosa que lastra por demás a esta nación. Son cosas, en fin, que el visitante podrá apenas vislumbrar, mientras hace propósito firme de regresar con más tiempo.
Guía para el viajero
Cómo ir:La forma más habitual de visitar La Valetta es haciendo una escala en algún crucero por el Mediterráneo; pero los cruceros suelen reducir o parar su actividad hasta la primavera. En avión: no hay vuelos directos desde España (excepto a veces algún vuelo chárter en verano). Alitalia (902 100 323) tiene vuelos diarios a La Valetta vía Milán o Roma desde 407 euros más tasas, ida y vuelta, o British Airways (913 769 666) vuela lunes, jueves y domingos, vía Londres, desde 268 euros, ida y vuelta, más tasas.Dormir y comer:Un hotel muy céntrico: Le Meridien Phoenicia (Tel.: 356 2122 5241). Las grandes cadenas (Hilton, Radisson, Westin, etc.) tienen magníficos hoteles sobre todo en St. Julians, que es la zona de animación nocturna. Para comer, dos lugares muy recomendables, no turísticos: Rubino, en Sant Paul Street, cocina maltesa y creativa, y Giannini (23 Windmill Street, 21237121), cocina italiana de calidad.