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La Atalaya

Y Blair resucitó

Una vez más, los agoreros se equivocaron con Tony Blair. No sólo el congreso anual del partido laborista británico, que se clausuró ayer en Bournemouth, no ha supuesto el acta de defunción política del primer ministro de Reino Unido, como algunos seudoexpertos predecían, sino que su posición como líder indiscutible del laborismo ha salido reforzada. La famosa frase de Larra sobre 'los muertos que vos matasteis gozan de buena salud' parece pensada para él. Porque, como decía el general Douglas Mac Arthur, 'nada puede sustituir a la victoria'. A la hora de la verdad, los laboristas no olvidan que ha sido Blair y su política de centro lo que les ha dado dos victorias consecutivas en las urnas y lo que, pese a todos los pesares y a la vista del comatoso estado del partido conservador, permitirá al laborismo obtener un tercer triunfo electoral.

Blair lo tenía difícil. La controvertida decisión de participar en la guerra de Irak y, sobre todo, la polémica sobre el futuro de los servicios públicos, que tras cerca de siete años de gobierno laborista siguen sin mejorar hacían presagiar una sesión tormentosa. Y para enrarecer todavía más el clima, 24 horas antes de su intervención el nada izquierdista Financial Times publicaba una encuesta, según la cual cuatro de cada seis británicos no deseaban que Blair volviera a encabezar la lista laborista en las próximas elecciones. Pero su mera aparición en la sala de la convención el martes bastó para deshacer de un plumazo los negros presagios. Los delegados, representantes en su mayoría de los sindicatos y de la izquierda laborista que no acaban de entender muy bien lo de la Tercera Vía, se pusieron en pie para aplaudirle mientras atravesaba la sala hasta el estrado. Su dominio de la oratoria, su poder de convicción y su capacidad de liderazgo produjeron el milagro de conseguir al final de su intervención una ovación de cerca de 10 minutos -la más larga que se recuerda en un congreso laborista-, por parte de un público teóricamente predispuesto en su contra. El único que no aplaudía era Gordon Brown, el canciller del Exchequer (ministro de Hacienda), eterno aspirante a suceder a Blair, que veía una vez más desvanecerse su sueño de ocupar el 10 de Downing Street.

Como Gladstone, como Churchill, Blair demostró que está a años luz de sus competidores de dentro y fuera del partido. La política es una cuestión de cálculo, pero el liderazgo lo es de instinto, dijo. Y en el tema de Irak, yo obré por instinto y no por cálculo. Y, a pesar de todas las dificultades, el mundo es un lugar más seguro sin Sadam Husein. Hemos empezado la guerra y ahora tenemos la responsabilidad de acabar la paz, afirmó en medio de ovaciones. Admito todas las críticas sobre mi decisión, pero también pido respeto a las razones que me llevaron a adoptarla. En política interior, Blair no sólo defendió su Tercera Vía, como única alternativa posible para derrotar a los conservadores, sino que anunció su decisión de llevar a los laboristas a una tercera victoria electoral (aquí se comprende la falta de entusiasmo de Brown). Blair dirige su discurso de política interior a las clases medias y no a las bases tradicionales del laborismo, porque cree firmemente que sin el apoyo de las primeras no hay posibilidad de victoria electoral. Y, por eso, afirma que su decisión de gobernar desde el centro 'no tiene marcha atrás'. Blair puede o no gustar. Pero, en una Europa continental de liliputienses políticos, su figura se asemeja cada vez más a la de Gulliver.

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