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La opinión del experto
Tribuna
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Hay que saber dar la cara

Antonio Cancelo critica, con ejemplos como el accidente de Repsol YPF o el escándalo de Eurobank, la actitud de los primeros ejecutivos que en momentos de crisis evitan dar explicaciones

Refugiarse en las cosas gratas, aquellas que hacen la vida más cómoda, más agradable, las que producen satisfacciones, viene a constituir una norma de comportamiento que, como toda norma, ofrece también algunas excepciones. Lo generalizable, lo común, consiste, no obstante, en dedicar el tiempo y la atención a lo que nos es grato, dejando a veces en el olvido otras cuestiones que deberíamos abordar sin remilgos porque es necesario afrontarlas, aunque nos produzcan incomodidad y desasosiego.

Pero si en el plano personal podría justificarse tal tipo de comportamiento, siempre que la desatención de lo ingrato no afecte negativamente a terceras personas, las cosas cambian cuando se tiene alguna responsabilidad que se ha aceptado voluntariamente. En tales casos resulta obligado atender los asuntos que incumben a la función, independientemente del grado de satisfacción que se derive de su desempeño.

Y, sin embargo, también en el mundo de las responsabilidades empresariales se da esa tendencia a ocupar el tiempo en lo placentero, en detrimento de lo que el recto entendimiento de la función sin duda alguna demanda. Se suele decir que los éxitos tienen miles de paternidades, mientras que los fracasos, los errores, casi siempre son hijos de padres desconocidos.

No hay imagen corporativa que se sostenga si cuando algo resulta mal el presidente no asume la tarea de explicar lo que ha ocurrido y sus responsabilidades

Entendiendo la tendencia humana a cobijarse en lo agradable, en lo cómodo, en lo satisfactorio, resulta incomprensible y absolutamente rechazable ese tipo de conducta cuando afecta al comportamiento de quienes ejercen tareas de responsabilidad dentro de las empresas.

En este tórrido verano que por suerte parece hemos dejado atrás sin graves consecuencias, se han producido dos acontecimientos de naturaleza diferente que creo ilustran la ausencia, o al menos la escasa presencia, de los máximos responsables de las empresas en momentos difíciles en los que más que nunca hay que asumir la dirección de los acontecimientos.

Tenemos, por un lado, la catástrofe de Puertollano, con resultado de pérdida de vidas humanas, cuyas causas están pendientes de explicar por las distintas comisiones de investigación creadas, pero que cualquiera que sean los resultados finales pone de manifiesto una asignatura pendiente todavía en la empresa española, cual es la seguridad en el trabajo.

El otro acontecimiento, insisto que de naturaleza distinta, pero también grave para los afectados, es el cierre del llamado Eurobank, que deja a muchas familias en una situación de precariedad, aunque también debe servir para alentar de la oferta imposible de rentabilidades muy superiores a las de otras entidades financieras altamente prestigiadas.

Lo que resulta común a ambos acontecimientos empresariales es la falta de visibilidad, de protagonismo, de aparición pública, asumiendo en primera persona la explicación de los hechos, la asunción de responsabilidades y la propuesta de medidas para corregir, o al menos paliar, las consecuencias indeseadas de una gestión que debería ser puesta en entredicho.

En los últimos tiempos y con distintas denominaciones ha venido apareciendo una preocupación por lo que podría llamarse imagen corporativa o reputación corporativa y que, en último término, tiene que ver con cómo es percibida la compañía por la sociedad. Con la intención de mejorar esa percepción se establecen complejos planes acompañados de presupuestos económicos de una cierta entidad.

Pues bien, no hay imagen corporativa que se sostenga por mucho que explique las aportaciones de la empresa, si cuando algo resulta mal, aunque sea fruto de un accidente imprevisible, el presidente no asume directamente tanto la tarea de explicar a la sociedad lo que ha ocurrido como las correspondientes responsabilidades.

Los acontecimientos importantes en la vida de la compañía, sobre todo si son de carácter negativo, no pueden comunicarse a través de emisarios, aunque ocupen puestos de responsabilidad, sino por quien ostenta la máxima jerarquía. El cargo de presidente de una compañía tiene contenidos muy gratos y existen muchas ocasiones en las que las apariciones públicas incrementan su prestigio personal; mejoran su imagen; le dotan de atributos que en gran medida provienen del buen desarrollo de otras muchas personas. En justa correspondencia, cuando los hechos que hay que comunicar tienen un contenido negativo y aunque en su desencadenamiento hayan intervenido e incluso tengan responsabilidades claras y evidentes otras personas de la estructura, es el presidente, y nadie más que él, quien debe asumir la relación directa con la sociedad.

Ser el portavoz de los acontecimientos felices, transmitir siempre buenas noticias, es algo deseable, pero desgraciadamente las cosas no son en ocasiones como desearíamos, y si cuando algo se tuerce se buscan escudos protectores para evitar dar la cara, se está mostrando un talante que deja al descubierto carencias de tal entidad que los consejos de administración deberían tener en cuenta. Claro que si lo que ha ocurrido no responde a un error en la gestión, a la toma de decisiones equivocadas, sino a la comisión de un delito, malversación de fondos o hechos similares, es entendible que el máximo responsable de la apropiación se oculte porque no tiene nada que explicar y en ese caso sólo cabe esperar que la justicia actúe.

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