Ofertas electorales y preocupaciones
En el barómetro de julio del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) figura, como de costumbre, el listado de los que se consideran principales problemas de España, así como la frecuencia de las respuestas. Se establece así un orden de importancia en las preocupaciones ciudadanas que sin duda interesa a los partidos y formaciones políticas a la hora de elaborar sus ofertas electorales.
Una de las características de la encuesta es que al entrevistado se le pide primero que señale un máximo de tres problemas y, a continuación, que indique los tres que más directamente le afectan en lo personal. Este método permite distinguir lo que más preocupa a los españoles como ciudadanos de lo que más directamente les afecta individualmente.
En el cuadro que acompaña estas líneas figura la frecuencia porcentual de las ocho respuestas más repetidas ante la pregunta sobre los problemas generales del país. A su lado, entre paréntesis, aparece la frecuencia de las respuestas sobre el mismo problema en lo que atañe personalmente al entrevistado.
No es del caso comentar las aparentes contradicciones que podrían deducirse de las notables diferencias en la frecuencia de uno y otro tipo de respuesta frente al mismo problema. Incluso cabría pensar que no existen tales contradicciones. Pero sí viene al caso destacar algún aspecto digno de ser tenido en cuenta a la hora de las ofertas electorales. Por ejemplo, que el orden de importancia que resulta coloca sólo uno de naturaleza estrictamente económica entre los cuatro primeros grandes problemas del país -el paro- y, por el contrario, cuando se trata de los que más directamente afectan en lo personal, son tres los que aparecen entre los cuatro primeros -paro, vivienda y problemas económicos-. De lo cual se infiere que aunque a la hora del voto las motivaciones sean variopintas, los asuntos relacionados con la política económica y sus efectos sociales deberían requerir una especial atención.
Ante una campaña como probablemente será la de las elecciones generales del próximo marzo, donde el PP parece inclinado a centrar su mensaje en la exaltación de las bondades de su política económica, aderezándolo con proclamas patrióticas y la supuesta ventaja de poseer un partido donde el estilo de dirección caudillil le viene permitiendo obtener votaciones internas a la búlgara, convendría que las fuerzas de la oposición se esforzaran en aclarar que no es oro todo lo que reluce y dieran a las cuestiones ligadas a la economía y a las políticas distributivas y redistributivas la máxima relevancia posible.
Que se esforzaran también en resaltar sus diferencias con la derecha, pues, quizás, uno de los problemas de la principal fuerza de la izquierda es que, frente a las preocupaciones prioritarias de los españoles, no ha conseguido transmitir un claro perfil diferenciador, lo que podría ser uno de los factores que explican la inhibición que desde hace años se observa en una parte de su electorado.
Dentro de esa necesidad de remarcar el propio perfil y por sólo poner un ejemplo destacable, cabría definir una política fiscal bastante más equitativa y solidaria que la actual. Para abordarla es condición necesaria, aunque no suficiente, partir de la premisa de que en un país cuyas carencias y retrasos en infraestructuras sociales son más que notorias y afectan no sólo a los más desfavorecidos, sino que llegan a las capas medias urbanas; en un país cuyo gasto en I+D está por los suelos cuando se compara con los porcentajes de la UE, EE UU o Japón; donde la productividad del trabajo arroja un saldo negativo desde la llegada del PP al poder, entre otras muchas razones porque el mercado de trabajo es el más precarizado de Europa y los niveles de formación y cualificación son manifiestamente mejorables; donde, a su vez, la presión fiscal es de las más bajas de la UE y el gasto público en protección social respecto del PIB es no sólo acusadamente inferior, sino que continúa en abierto retroceso... En un país así, la política de rebajas de impuestos es inequívocamente reaccionaria y de derechas.
El debate sobre política fiscal trasciende la simplona demagogia del PP de que la izquierda es partidaria de subir los impuestos.
Adentrarse en ese debate, en el del paro y la vivienda son algunas de las oportunidades que debieran aprovechar los opositores a la política de una derecha que no sólo ha hecho retroceder al país en términos de igualdad, sino que ha potenciado la cutrez cultural, el envilecimiento de la vida política y una más que preocupante erosión de los valores y de las instituciones democráticas; asuntos todos ellos que, por supuesto, no podrán obviarse o minimizarse en las campañas que se avecinan.