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Columna
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Inmigración, empleo y productividad

Los inmigrantes crean empleo. Pero el gran problema sigue siendo la productividad. Carlos Sebastián lamenta la ausencia de un debate sobre las causas del mal comportamiento de la productividad

Carlos Sebastián

La inmigración crea empleo. Esta afirmación, que contradice frontalmente una de las máximas de las posiciones xenófobas, está siendo corroborada por la experiencia española en los últimos años. Una gran cantidad de empleos en los sectores que han tenido un comportamiento más dinámico en los últimos años (construcción y algunos subsectores de servicios) no se hubieran creado si no hubiera habido inmigrantes dispuestos a trabajar por un salario real menor que el exigido por los ciudadanos españoles. Pero también hay una serie de empleos indirectos (de españoles y de inmigrantes) creados gracias a la actividad impulsada por los empleos directos de los inmigrantes (además de los derivados del consumo de éstos y del aumento de los servicios asociados al fenómeno de la inmigración). Aunque carecemos de estimaciones precisas, del millón largo de empleos creados en los últimos tres años, probablemente más de la mitad se debe, directa o indirectamente, a la incorporación de los inmigrantes al mercado de trabajo español.

Por consiguiente, la fuerte intensificación del flujo migratorio está contribuyendo al buen comportamiento del mercado de trabajo durante la desaceleración que está sufriendo la economía española. No ha evitado que haya aumentado el paro (especialmente en 2002), de forma simultánea al crecimiento del empleo, pues el propio fenómeno de la inmigración implica una mayor población activa, pero ha permitido que se haya seguido creando empleo y que la aceleración del número de parados haya sido transitoria.

Pero este buen comportamiento del empleo no puede ocultar la preocupante evolución de la productividad en los últimos años (desde 1986), que constituye uno de los principales problemas a medio y largo plazo de la economía española. Efectivamente, en España la productividad (tanto la del trabajo como la productividad total de los factores) está creciendo menos que en el resto de la UE, donde, a su vez, lo está haciendo menos que en EE UU. La convergencia en renta per cápita con los países europeos no podrá mantenerse si continúa la divergencia en productividad. Esta convergencia se está produciendo por un mayor aumento de la tasa de empleo y por una menor disminución de las horas trabajadas por empleado, que más que compensan la divergencia en productividad. La afirmación, esgrimida a veces, de que la productividad apenas crece porque el empleo aumenta mucho es falaz. Puede resultar un argumento válido a muy corto plazo (para explicar datos aislados), pero en absoluto a medio y largo plazo.

Resulta lamentable que no presenciemos un debate sobre las causas del mal comportamiento de la productividad. Es cierto que el problema es complejo y que no caben propuestas simples. Un aumento del presupuesto público de I+D (en cualquier caso bienvenido) no es la respuesta al problema. La productividad de un sistema económico está más relacionada con incentivos, a los responsables de las decisiones y a los productores en general, y con valores, que con programas concretos. Por eso el debate es más necesario. Parece claro que hay algunas regulaciones que desincentivan actitudes innovadoras y que deberían ser reformadas. Pero peor es cuando la gestión del necesario sistema de regulación se hace desde el clientelismo político. Esto tiene un efecto generalizado de desaliento de los emprendedores y de estímulo de los valores contrarios a la innovación y al rigor empresarial.

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