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La opinión del experto
Tribuna
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Alas para volar y un antídoto para el miedo

Gerardo Jimeno explica que estudiar un máster sobre gestión de empresas despertó en él su vena emprendedora. Critica que las escuelas de negocios pasen por alto los asuntos éticos

Gerardo Jimeno Campo es director de KV Consultores

Máster o no máster? Algo aparentemente de fácil solución que quizá no lo sea tanto cuando se analizan las motivaciones y posibilidades personales y se intenta cuadrar con la oferta de estos, últimamente omnipresentes, cursos. Parece obvio que, si puedes hacerlo, en el sentido económico de la cuestión, hazlo. Otra cosa es para qué. Motivaciones personales existen tantas como el casi infinito número de másteres que están en el mercado. Dilucidar cuál es el que más te conviene no es tarea fácil, porque lo primero que debes es conocer los objetivos que pretendes obtener con su realización. Sería muy arrogante por mi parte y seguramente fallido tratar de hacer una profusa y sesuda vinculación entre posibles objetivos personales y cursos de posgrado (me gusta más que máster) que existen, pero a lo que sí me atrevo es a dar mi visión sobre esa pequeña aventura.

Empiezo por los motivos que llevaron a cursar uno de ellos. Hay gente que lo hace porque su currículum se ve alumbrado y sus posibilidades de mejora crecen. Otros porque creen que sin él no encontrarán su primer trabajo, otros sencillamente porque las empresas en las que trabajan se lo pagan y, de paso, es el currículo de la empresa el que mejora y así otras tantas loables razones para hacerlo. Ninguna fue mi caso.

Soy de esos que, para bien o para mal, les gusta complicarse la vida y piensan que ser 'dueño' de tu destino, dentro de lo que razonablemente y humanamente se puede ser, es lo primero. Busqué en él la carencia de formación académica y, lo que es más importante, ganar confianza en las posibilidades que uno de por sí tiene para poder emprender lo que sí es una gran aventura: crear una empresa, hacerla crecer y mantenerla en el tiempo.

Soy ingeniero de caminos y, aunque sea una carrera extensa, dura y bastante completa, no deja de darte una visión muy concreta de cierta realidad y desde luego para muchas cuestiones insuficiente. ¿Cuál? Se deduce de mi motivación última: aquella que logre darme una visión más completa de lo que una empresa supone. Estaba claro, un MBA. El problema era ¿dónde? Ahí empiezan las dificultades, el mercado está saturado de ellos.

Valoré calidad, tiempo y coste, y me decidí por el Instituto de Empresa, de lo cual no estoy nada arrepentido. El cuándo es una cuestión muy importante, cada cosa en la vida tiene su mejor momento para hacerla. Yo consideré, a la vista del sector en el que muevo: consultoría de ingeniería y arquitectura, que la madurez profesional es condición imprescindible, máxime si quieres rentabilizar tu máster creando empresa.

Mi sector requiere confianza y calidad y sólo se logra teniendo experiencia. En mi caso la tenía, lo hice con 10 años a mis espaldas de brega en mi sector, lo que te da conocimiento, capacidad de trato, serenidad, en una palabra, madurez. Cada cual debe analizar estos factores con el suficiente despego. No es fácil discernir los deseos de las realidades antes de dar el paso. Si no se elige bien el momento, puedes llegar al fracaso y a la frustración al tratar de hacer realidad unos deseos seguramente alejados de la realidad.

Sed honestos con uno mismo, analizar las posibilidades reales de éxito y, si creéis realmente que es el momento, adelante, seguro que veréis cumplidas vuestras ambiciones. Para mí las consecuencias están siendo, cuando menos, emocionantes. Dejé mi estupendo puesto de trabajo e hice lo que siempre he querido: crear mi empresa.

Tienes un recién nacido del que no quieres separarte y al que quieres ver crecer sano y fuerte. Sueñas su futuro, pero la realidad es tozuda, te obliga, te da quebraderos, te hace pasar noches cuidándolo, pero a la vez te produce una profunda satisfacción.

¿El máster te da alas, cuan bebida energética? En mi caso me empujó, te quita miedos que convierte en riesgos controlados, te enseña a decir mediante bastantes anglicismos y no pocos eufemismos lo que siempre ha sido: trabaja y hazlo bien. El tan cacareado 'valor añadido', ¡por supuesto que sí!, para eso estamos, para hacer mejores cosas y que nuestro querido cliente sienta que no tiene un proveedor, sino un colaborador, un compañero que le ayuda en su propio viaje y que de paso va cubriendo el suyo. Así lo entiendo yo.

En cambio eché de menos viejas y, no sé si olvidadas, palabras como son la ecuanimidad, la ética, la lucha por crecer como persona en dura lid contra los pecados capitales que nos esclavizan.

Supongo que eso se aprende en otros sitios, pero no estaría de más que las escuelas de negocios, que al final son foros donde se crean conductas, tuvieran más en cuenta todo esto que al final son los motores de una mejor creación de valor.

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