Inmersos en la burbuja de las expectativas

Son éstos años de burbujas. Una fue la de los valores tecnológicos. Otra, la inmobiliaria, que sigue engordando. También se han inflado sobremanera los mercados de bonos, incluso los del mercado de futuros del oro. La actual es, cuando menos, especialmente curiosa, porque es una burbuja intangible, de difícil apreciación. Es la burbuja de los sentimientos. O como dicen algunos, de expectativas.

La cronología de sucesos económicos del verano deja vacíos de contenidos a los mercados europeos, porque los fundamentales hacen agua por todas partes y, lo que es más grave, se incumple la disciplina presupuestaria.

En Estados Unidos avanzan las cifras de crecimiento, pero a costa de un déficit que está apunto de llegar al máximo histórico, al que se dio después de la Segunda Guerra Mundial (fue del 6% del PIB). Mejoran, asimismo, las cuentas de resultados de las empresas, pero con un perfil alicortado, el que emana de una comparativa bajo cero y, además, apoyada en recortes de gastos y no en la mejora de la demanda. La economía, además, destruye empleo. Con esta premisa es complicado ahondar en una mejor percepción de los mercados bursátiles. En cualquier caso, los multiplicadores de Wall Street alcanzan niveles estratosféricos. Son los valores de moda, además, los que más tensan la cuerda.

Ha sido, no obstante, el cambio de sentimiento a mejor y el apoyo en las expectativas de mejora económica en Europa y de mayor crecimiento en Estados Unidos los que han movido, al menos en la teoría, los mercados.

¿Por qué sube la Bolsa alemana con la economía en recesión? La respuesta que se escucha en los foros o se lee en algunos medios es que la Bolsa se adelanta, en al menos seis meses, a los cambios de ciclo económico. Lo que nadie dice es si los precios actuales ya ajustan el futuro que viene, si es que viene. Y si viene, con qué fuerza lo hace.