Avatares de la innovación tecnológica
La actual coyuntura, marcada por una trayectoria de crisis que dura ya dos años y ha afectado sobre todo al sector de las tecnologías de la información, supone un buen momento para tomar distancias y reflexionar sobre algunas realidades básicas de la innovación tecnológica y el desarrollo económico.
La creación de riqueza es un proceso autónomo de los vaivenes bursátiles. En los años de euforia, las empresas y sus ejecutivos vivieron una trágica confusión entre la realidad empresarial y su capitalización bursátil. La riqueza de una empresa o de cualquier comunidad humana proviene del trabajo de las personas. Las formas de organización y capitalización de ese trabajo, la dotación en infraestructuras, el capital de conocimientos de las personas, entre otros factores, permiten que la riqueza se cree y se consolide con mayor o menor velocidad, pero ninguno de estos factores se extrae directamente de los mercados financieros.
La innovación tecnológica es un requisito de la creación de riqueza. En las economías desarrolladas y competitivas sólo existen tres formas de que el trabajo de las personas produzca nueva riqueza empresarial de manera sostenible: captar y fidelizar clientes, incrementando la cuota de mercado en una actividad determinada; optimizar procesos, incrementando la productividad del trabajo y, sobre todo, desarrollar nuevos productos y servicios para crear actividades enteramente nuevas. Poco se puede hacer en estos frentes sin innovación.
Por supuesto, muchas iniciativas pueden no ser tecnológicas, pero la innovación tiende a ser cada vez más tecnológica. Nuestra sociedad vive inmersa en una espiral ascendente de tecnología: como ya somos una comunidad muy tecnificada, en la que cada vez más procesos del día a día dependen de la tecnología, cambiarlos o lanzar nuevos productos y hábitos requiere a su vez una mayor intensificación tecnológica. Ni siquiera el reto de un desarrollo sostenible planteado por los ecologistas puede resolverse sin recurrir a más tecnología.
La innovación tecnológica es un proceso complejo. Aunque parezca mentira, esta obviedad fue sistemáticamente ignorada en los años del boom bursátil. El éxito de la innovación tecnológica depende de una conjunción acertada de factores independientes entre sí: curva de madurez de la tecnología correspondiente, demanda latente, conceptos y modelos de negocio viables, profesionales cualificados capaces de transformar ideas en realidades y, por último, recursos financieros.
Apesar de todo, hay grandes historias de éxito. Entre otras cosas, la complejidad de la innovación implica que se necesita tiempo para llevarla a buen término. Si analizamos pasadas revoluciones tecnológicas, vemos que tuvieron que pasar de 20 a 30 años para que la electricidad, los teléfonos o los ordenadores alcanzaran cuotas de penetración del 40% de los hogares en EE UU. Fueron necesarios 40 años para que hubiera electricidad y nada menos que 65 para que hubiera teléfono en el 80% de los hogares. Si se compara con estas referencias históricas, se hace muy fácil restaurar la buena reputación de la innovación tecnológica reciente: apenas siete años después del lanzamiento de la telefonía móvil digital (GSM), el 78% de los españoles tiene teléfono móvil.
La realidad es que se han alcanzado en los últimos años grandes éxitos. Por desgracia, la contaminación de la realidad por desmedidas expectativas financieras ha convertido ese éxito en melancolía. Estamos ahora haciendo un alto en el camino. Los mercados financieros descuentan que no va a seguir habiendo a corto plazo crecimientos como en 1997-2000. Pero la base creada ya hace imparable la dinámica impuesta por las tecnologías digitales.
Las tecnologías de la información y las telecomunicaciones seguirán generando fuertes crecimientos. En un curioso intento por racionalizar a posteriori la 'exuberancia irracional' de los mercados bursátiles (Greenspan dixit), algunos analistas financieros sostienen que las bajas cotizaciones actuales de los operadores de telecomunicaciones y empresas tecnológicas se deben a la madurez que están alcanzando estos mercados, con pocas expectativas de crecimiento.
Por dos razones complementarias, sólo estamos en un parón transitorio y, más pronto que tarde, volverá la senda del crecimiento. Por un lado, los avances en nanotecnología, que mantendrán el motor tecnológico de la innovación muy vivo. Por otro lado, las formas actuales de telefonía y transmisión de datos no agotan las necesidades de comunicación del ser humano. La realización de la utopía comunicacional podrá llevar más tiempo del previsto y sus efectos plantearán nuevos retos políticos y sociales, pero acabaremos permanentemente interconectados e intercambiando cantidades ingentes de información en todos los formatos que seamos capaces de concebir.
Un crecimiento sano requiere nuevos métodos de valoración. Para volver a un modelo sostenible de desarrollo ligado a la innovación tecnológica quedan algunas cosas importantes por hacer, como desarrollar mecanismos que permitan valorar la innovación tecnológica en su capacidad de creación de riqueza.
En realidad, es necesario desacoplar suficientemente el plano empresarial de los mercados bursátiles, para que éstos recuperen su función original de financiación de los nuevos proyectos de las empresas sin invadir su gestión y estrategia. Esto implica que se desarrollen por fin nuevos sistemas de valoración de las empresas diferentes de la contabilidad tradicional para reflejar el capital intelectual y la innovación que generan crecimiento, pero también diferentes de la capitalización bursátil, tan propensa a la perversión especulativa.