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Columna
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Cancún, el difícil acuerdo posible

Hoy comienza en Cancún la cumbre ministerial de la OMC que tiene por objeto liberalizar el comercio mundial, disminuyendo aranceles y eliminando trabas que aún lo dificultan. Los analistas insisten reiteradamente en la importancia de este evento. En estos momentos de incertidumbre económica resulta fundamental activar el comercio internacional, y para ello es importante el éxito de Cancún. Si fracasara, se dificultaría gravemente una recuperación que no termina de llegar.

Ya tras la II Guerra Mundial los responsables económicos de los principales países comprendieron la necesidad de organismos internacionales que ayudaran a estabilizar las economías mundiales. El gran economista Keynes fue uno de los impulsores de la internacionalización de las instituciones económicas. Nacieron así el FMI y el Banco Mundial, ya veteranas. La OMC tardó, sin embargo, mucho en nacer, por la oposición de varios países, encabezados por EE UU. Sólo funcionaron los mecanismos contemplados en su capítulo cuatro, conocidos por su acrónimo GATT o Acuerdo General de Aranceles y Comercio.

Fue en su Ronda de Uruguay, de 1986 a 1994, cuando se creó definitivamente la OMC, que tiene hoy 146 países y ha celebrado desde su nacimiento en 1995 cuatro conferencias ministeriales, Singapur, Ginebra, Seattle y Doha. Cancún será la quinta.

Europa no será esta vez el escollo de las negociaciones sobre agricultura. Serán otros países los que deban moverse de posiciones en las que llevan años anclados

Los miembros de la OMC llegan a Cancún con el buen precedente del acuerdo en el controvertido asunto de los medicamentos que, si no logró satisfacer por completo a ninguna de las partes, sirvió al menos para establecer nuevas reglas de juego en lo referente a los genéricos. Este preacuerdo deberá ser refrendado en la cumbre.

Los objetivos de Cancún se centran en dos campos bien definidos: la negociación agrícola y la apertura de los mercados a los bienes industriales. Aunque cada país pone su énfasis en una u otra prioridad, parece que los resultados de ambos irán vinculados. Si no se avanza en agricultura, no se llegará a acuerdos en bienes industriales, pero si no se alcanzan resultados en esta segunda materia, algunos países, como EE UU, no acordarán los primeros. También es reseñable el interés en abordar -si se consiguen los acuerdos anteriores- otras materias que conforman los conocidos como temas Singapur. A saber, la transparencia en las compras públicas, la regulación de la competencia, las normas para facilitar los intercambios, y los procedimientos para dar seguridad a las inversiones en el exterior.

El juego de ajedrez comienza hoy, y los actores moverán sus fichas en función de sus intereses. Es posible que se llegue a acuerdos; la UE, que siempre fue la más reacia a la eliminación de sus ayudas agrícolas, llega ahora a Cancún con las tareas mejor hechas que nunca.

La última reforma de la política agraria común (PAC) -que prácticamente elimina las ayudas directas a la producción para transformarlas en apoyo a la renta de los agricultores- responde a las peticiones de países pobres y exportadores agrarios. Además, los europeos nos hemos comprometido a congelar el presupuesto agrario y estamos dispuestos a reducir las subvenciones a la exportación y a las rebajas arancelarias.

Al mismo tiempo que Europa tiene que ser firme en algunas de las exigencias que plantea, puede mostrarse flexible en algunas cuestiones como la de las subvenciones a la exportación de productos agrarios, que consagran una auténtica competencia desleal para los países pobres. Deberíamos estar dispuestos a eliminar totalmente esas subvenciones en un número importante de productos. Igual podemos hacer con los aranceles de entrada. ¿Cómo vamos a ayudar al desarrollo de los países atrasados si cerramos las puertas de nuestros mercados a sus producciones agrarias? En todo caso, no será esta vez Europa el escollo de las negociaciones. Otros países tendrán que moverse de las posiciones en las que llevan años anclados.

Tiene razón el comisario de Agricultura Fischler al afirmar que su reforma defiende a los agricultores europeos, sin perjudicar por ello al comercio mundial.

Con todos estos precedentes, a los que sumaríamos las presiones internacionales sobre los negociadores, apostaríamos por el éxito de la cumbre, que podría venir bajo la forma de un acuerdo final -más difícil-, o de acuerdos parciales relacionados, que podrán tener mayor o menor alcance, pero que significarían, cuando menos, un notable avance.

Un problema que no hay que despreciar para nada será el que produzcan las protestas de los llamados grupos antiglobalización, que siguen cuestionando abiertamente el papel del FMI, el BM, y la OMC, a los que acusan de servir a los intereses de los poderosos, y apostar por un modelo desarrollista que acentúa las diferencias globales a la vez que esquilma el medio ambiente. Parece que se desplazarán hasta Cancún más de 20.000 manifestantes, y en la ciudad aparecen ya los muros de la vergüenza con los que los mandatarios internacionales tienen que protegerse en cada una de sus cumbres.

Apoyando la celebración de la Cumbre de Cancún, y deseándole la mayor de las suertes, no estaría de más que también se conocieran las propuestas y opiniones de los que se oponen a estas citas. Algunas razones también tienen. Deberíamos introducir en las próximas cumbres medidas para intentar una cierta redistribución de renta entre zonas ricas y pobres. Además de ser hermoso, se lograría intensificar el comercio internacional, que es de lo que se trata en Cancún.

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