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Columna
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Cambios políticos y expectativas empresariales

La designación del ministro Mariano Rajoy como candidato del PP a las próximas elecciones generales ha suscitado algunos comentarios acerca de la influencia que podría tener en los planteamientos de las empresas. La lógica parte de una constatación: la gestión del equipo económico del actual Gobierno ha sido buena y por tanto el responsable de esa gestión sería el candidato idóneo para el mundo económico. En esa afirmación hay mucho de cierto, pero de esa constatación pueden derivarse conclusiones diferentes y compatibles entre sí.

Los hechos son elocuentes. Se consiguió entrar en la unión monetaria europea en el primer grupo. El empleo ha alcanzado cifras sin precedentes y la tasa de paro está en la mitad del comienzo de la primera legislatura, las cuentas públicas están saneadas y en el verano registraban un superávit equivalente al 0,3% del PIB -lo que ocurrió por última vez en 1972-, la carga fiscal individual de los contribuyentes se ha reducido y las devoluciones del IRPF se cobran con celeridad.

Se han dado pasos significativos en la normativa económico-fiscal con la nueva Ley General Presupuestaria. Se ha mantenido la inversión pública en infraestructuras de uso general en un nivel elevado y todo se ha logrado en momentos en los que la coyuntura económica mundial no sólo no ayudaba, sino que más bien ha sido un freno.

Se ha avanzado en el proceso de privatización de acuerdo a criterios pautados, con transparencia y éxito, tanto en materia de ingresos como en mantenimiento de empleo y potenciación de grupos industriales. Por lo tanto, el equipo económico puede reclamar, con toda justicia, crédito por lo conseguido, donde también cuentan la mejora del rating del país y el grado de autofinanciación de las empresas.

En la vida de las personas, el abaratamiento del coste del crédito y el aumento del empleo por tiempo indefinido (de 6,14 millones en 1996 a 9,1 millones en 2002) ha permitido un aumento inédito en el volumen de crédito hipotecario y, consiguientemente, en el acceso a la propiedad de vivienda.

Aunque subsisten zonas de sombra, el reconocimiento de lo conseguido es general tanto en el país como en el exterior, pero no es el único balance. En otras áreas de la Administración también se han logrado mejoras significativas y, en todo caso, el trabajo hecho es una cuestión de equipos, tanto en el ámbito de los ministerios de mayor calado económico (Economía, Hacienda, Ciencia y Tecnología y Fomento-Obras Públicas) como en el de la Justicia, en el de Interior y en otras áreas y, también, en el del conjunto del Gobierno, del que puede decirse que ha mantenido una visión homogénea a lo largo de las dos legislaturas.

La selección de un candidato depende de las realizaciones conseguidas, pero también de la amplitud de la experiencia, del grado de la aceptación que se le presupone y muchos otros factores que afectan a la intersección entre las distintas áreas de gestión.

Las expectativas, en cambio, se asocian a la continuidad de la orientación, especialmente si se percibe como positiva, y a la capacidad de mantener el nivel de eficiencia alcanzado. Si se mantiene la disponibilidad de las personas que la garantizan la credibilidad subsiste más allá de los cambios que se produzcan.

El candidato propuesto, ciertamente, no proviene de la gestión económica y ésta, con toda su importancia, se integra en el conjunto de una actividad política compleja en la que el señor Rajoy tiene experiencia profunda y diversa, de modo que, aunque cada actividad desearía un presidente de Gobierno que la conociera de primera mano, esta designación ni es una sorpresa ni afecta a una persona que tenga que demostrar nada a nadie, de ahí que no haya base para pensar en cambios de fondo en la orientación económica. Más bien cabe pensar en que supone la eliminación de un factor de incertidumbre, que siempre es preferible que esté alejada de las decisiones que afectan a la vida empresarial.

La democracia en España tiene una vida corta pero intensa y eso ha permitido una maduración del electorado y, quizá menos en algún caso, de los partidos, con lo que los bandazos radicales en materia programática, sin estar excluidos, pueden suponer un coste elevado para el que se atreva a darlos. Esa posibilidad parece más lejana en el PP que en otros, con lo que la continuidad (que supone adaptabilidad a circunstancias cambiantes) es, con mucho, la opción con mayores posibilidades y, por tanto, un factor de tranquilidad, por más que subsisten problemas a resolver y retos que encarar.

El avance en la reforma laboral en la línea iniciada con los Acuerdos Interconfederales de 1997 es uno de los primeros y la ampliación de la UE y el endurecimiento de la competencia internacional está entre los segundos, pero en ambos hay la razonable convicción de que el enfoque y el esfuerzo serán similares.

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