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Tribuna
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La insensatez de la nueva economía

La nueva economía se está descubriendo como lo que siempre ha sido: una aparición, un espejismo, un niño nacido muerto cuyos padres eran ignorancia y arrogancia. Para creerse que la nueva economía no solamente debería ser nueva, sino paradisiaca, habría que ser especialmente ingenuo.

Lo más importante para cualquier empresario y cualquier directivo es contar con una comprensión clara de la situación en la que se encuentra y con una valoración objetiva del estado de cosas.

Los fenómenos colapsantes observados en la economía americana y el brutal desencanto provocado en el ámbito mundial por las caídas de las Bolsas requieren una nueva orientación en profundidad.

Lo más importante para cualquier empresario es contar con una comprensión clara de la situación en la que se encuentra No falta confianza, sino otras cosas. La situación es una consecuencia de la excesiva confianza en los pronósticos erróneos de los analistas y ciertos economistas

Solamente los seguidores acérrimos del pensamiento imperante hasta ahora están intentando, a base de un optimismo interesado y tergiversando todos los hechos, mantener la impresión de que todo es un poco más de lo mismo.

La cuestión de confianza en los consumidores, ahora invocada constantemente, es el factor menos eficaz de todos. No falta confianza, sino otras cosas distintas. En realidad, la situación es una consecuencia de la excesiva confianza en los pronósticos erróneos de los analistas y de determinados economistas.

Lo más dramático es que aquí no nos enfrentamos, en general, a un enfriamiento moderado, al softlanding que se esperaba, sino a unos fenómenos distintos. Las empresas han acumulado hasta el año 2001 tantas pérdidas como ganancias consiguieron sumando los años de 1996 hasta 2000. Lo único que importa por añadidura es la circunstancia de que el retroceso fue ciertamente incrementado por los trágicos ataques terroristas, los que, sin embargo, ni lo produjeron ni lo desencadenaron, a pesar de que muchos se feliciten de que estos acontecimientos justifiquen el colapso aparentemente.

Es necesaria una reorientación fundamental de cómo se piensa en y sobre la economía. Mi propuesta es alejarse por completo de las filosofías de los últimos cinco años, tanto en lo referente a la nueva economía como con respecto a la forma de funcionamiento de las Bolsas, y en relación con las teorías incorrectas surgidas como consecuencia de que se derivan de la corporate governance. El shareholder value (valor para el accionista) y las estrategias de aumento del valor eran erróneos desde un principio.

La tesis completamente correcta del cambio fundamental y de la transformación en profundidad de la economía y la sociedad, básicamente de una sociedad industrial en una sociedad basada en el conocimiento, condujo a la conclusión dramáticamente incorrecta de que este cambio también llevaba hacia una nueva forma de economía, en la que las leyes hasta ahora válidas quedarían anuladas.

Pero no solamente esta idea, ya en sí poco fundamentada, encontró eco, sino que además se propagó la opinión de que esta nueva economía sería la más bella economía de todas las imaginables: crecimiento constante con índices altos, pero sin inflación; aumento continuado de la producción, pero sin paro; fácil financiación de todas las ideas de negocio, aceptación alegre de cualquier innovación en los mercados; índices bursátiles en continua alza que permitirían pagar al personal sueldos bajos, lo que aumentaría artificialmente los beneficios, pero que a su vez podría hacer ricas a las personas a base de opciones sobre acciones, convirtiéndolas en coempresarios y capitalistas.

Finalmente, todo el mundo pensó que podía hacerse rico en la Bolsa con rapidez, sin tener que volver a trabajar nunca más.

No se preguntó de dónde debía provenir la creación de riqueza.

La locura colectiva acabó atrapando a marchas forzadas a los más conservadores administradores de las cajas de pensiones, a los pensionistas y a pequeños ahorradores.

Se generó un perfecto reflejo de la última mitad de los años veinte del siglo pasado, incluyendo los titulares en los medios de comunicación. Si entonces se habló de una 'nueva era', apoyada sobre las innovaciones de entonces (automóvil y radio), en esta ocasión fue la 'nueva economía', con Internet y telecomunicaciones.

Sólo que esta vez todo era 'más grande, más rápido, más alto ...'.

Las sobrevaloraciones eran ilimitadas, para la espiral de adquisiciones y fusiones parecía no haber frontera y la avaricia del público, los financieros, los analistas y no pocos managers no solamente no tenía medida, sino que incluso se erigió en virtud.

A la avaricia financiera se unió la corruptibilidad intelectual, aumentada millones de veces por el mundo de los medios de comunicación, que nunca antes había extendido con tanta profesionalidad y amenidad, y por tanto con tanta eficacia, la insensatez económica comprobable.

Pero puesto que el encantamiento se ha desvanecido, ya no se pueden ignorar las consecuencias desastrosas y las pérdidas no se pueden enmascarar, haciéndose patente también la envergadura de la vergüenza económica.

No se entiende por qué deben cambiar las leyes de la economía.

La fijación de los precios se ceñirá a la oferta y la demanda; a pesar de todas las innovaciones, se deberán celebrar contratos y pagar facturas; los deudores deberán garantizar y liquidar; los acreedores deberán ejecutar o cancelar.

Las empresas necesitan primero clientes y solamente entonces pueden pensar en los accionistas; deben tener capacidad competitiva en todo momento, tener valor no es su objetivo.

Las empresas deberán maximizar primero el customer value (valor para el cliente) y únicamente después vendrá el shareholder value (valor para el accionista).

La financiación sólida y la capacidad de resistir en los malos tiempos deben ser los elementos fundamentales de cualquier estrategia de empresa.

Hay que aprender de nuevo a distinguir lo correcto de lo incorrecto y los índices necesarios para el mercado de los monumentos a la personalidad. Los buenos managers tienen que diferenciarse de los aventureros y ególatras.

También hay que aceptar que las empresas nunca pueden dirigirse de forma unidimensional a largo plazo.

En toda la historia de la economía no existe ni un solo caso en el que los excesos de la economía pública hayan tenido un buen final, donde se haya producido una estabilización al más alto nivel o un softlanding.

Tampoco existe ningún caso en el que los excesos, siempre presentes y fácilmente reconocibles, no se hayan justificado aduciendo que esta vez todo era nuevo y, por esta razón, totalmente diferente.

La creencia en todo ello normalmente ha demostrado ser siempre una mezcla de ignorancia histórica y económica, ingenuidad, incluso estupidez.

Hay tres elementos propulsores que siempre han desempeñado un papel principal: las deudas, la avaricia y el miedo.

El patrón fundamental es siempre el mismo, solamente la forma de manifestarse, el envoltorio, es lo que cambia cada vez.

Es también lo único que en esta ocasión es realmente nuevo y diferente: la perfección mediática que no solamente acompaña el acontecimiento, sino que también es parte integrante del mismo.

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