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Columna
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La tela y el juicio

Lo que le faltaba a nuestra admirada ministra de Asuntos Exteriores, Ana Palacio. Lo que le faltaba a nuestro no menos admirado presidente del Gobierno, José María Aznar. El embajador de España en Naciones Unidas, Inocencio Arias, ha planteado abiertamente a la opinión pública española que la no aparición de las armas de destrucción masiva puede poner en tela de juicio la justificación de la guerra de Irak.

Conmoción en el Ministerio de Asuntos Exteriores. Profunda irritación en Moncloa. Llegan las órdenes oportunas: que el embajador se vuelva a Nueva York y no vuelva hacer ninguna declaración. En un par de días todo olvidado.

Lo ocurrido no supone ciertamente un episodio que haya chocado a la opinión pública española. Cada vez más crece el sentimiento de que nos encontramos frente a un capítulo de la historia que hará de la guerra de Irak una guerra fabricada en la secuencia del 11 de septiembre.

EE UU necesitaba una guerra que confirmara su nuevo diseño estratégico de seguridad basado en la guerra preventiva. Necesitaba demostrar que dispone de una colosal maquinaria militar y un nuevo concepto de guerra inteligente, rápida y victoriosa. Necesitaba lanzar un mensaje definitivo al mundo: no se puede atacar al territorio norteamericano sin que se produzca una respuesta temible por su parte.

Necesitaba una guerra que además no supusiera un riesgo muy elevado de destrucción para sus fuerzas. Dentro del eje del mal, Irak era el objetivo más barato -al decir del embajador Arias-, ya que los otros dos se supone que disponen de armas nucleares. Claramente en el caso de Corea del Norte; un poco menos claro en el caso de Irán.

Necesitaban, pues, crear las condiciones de opinión pública para hacer viable y creíble una guerra que suponía darle un golpe mortal al terrorismo internacional y terminar con una amenaza inminente hacia nuestras democracias: las armas de destrucción masiva que Sadam Husein podía activar en menos de 45 minutos, al decir del mismísimo Tony Blair.

Así pues, nos dijeron en la reunión de las Azores que harían una guerra de discutible legalidad, pero justificada por el apremio y la urgencia de destruir los arsenales de armas químicas y bacteriológicas que estaban a punto de causar miles de muertos en nuestras sociedades.

Aquí en España, para respetar nuestra tradición castiza, el propio presidente Aznar se inventó el correspondiente sainete en dos actos. El primer acto, consistente en la captura de un comando islamista muy peligroso que disponía de unas sustancias químicas capaces de causar miles de muertos en España. El segundo acto, la puesta en libertad de los miembros del temible comando después de que la policía analizara que las sustancias químicas de destrucción masiva eran en realidad detergente de lavadora, y otra sustancia encontrada resultó ser un popular condimento que se usa para el tradicional cuscús árabe.

Más dramáticas han sido las consecuencias de todas estas mentiras en el Reino Unido. El suicidio del antiguo inspector y asesor en armas químicas señor Kelly, quien según todas las evidencias era la fuente que nutría a la BBC en la firme posición de este ejemplar ente público respecto a las mentiras fabricadas por los servicios de información británicos, ha abierto un debate público no tanto sobre la guerra sino sobre el comportamiento del propio Gobierno británico en torno a una referencia que en las sociedades anglosajonas es sumamente importante: el hecho de que una autoridad pública haya podido mentir deliberadamente.

Con seguridad, dentro de unos años se desclasificarán los documentos de la Casa Blanca y del Pentágono, como corresponde a uno de los aspectos más positivos de la gran democracia norteamericana: su enorme capacidad de revisión histórica. Tal vez descubramos que otra vez más se decidió hacer una guerra que necesitaba una justificación y que algunos decidieron organizar un carrusel de mentiras. No será la primera vez que se ha actuado así, y me temo que tampoco la última.

Mejor que al embajador Arias lo hayan devuelto a Nueva York. Lo ocurrido con sus declaraciones es cosa de dos días. Además, los españoles ya saben en qué consistió la tela de la guerra de Irak y quiénes perdieron el juicio.

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