¿Quo vadis, California?
Es la pregunta que se le ocurre a cualquiera que no sea nativo del Estado, -¿dónde vas, California?-, al analizar el inexplicable proceso de recusación o recall de un cargo público democráticamente elegido, exclusivamente por la irritación general hacia su pésima gestión. En California todo es posible y sus ciudadanos deberán votar el 7 de octubre si mantienen al actual gobernador, el demócrata Gray Davis, en el cargo tras dos victorias consecutivas, o si lo recusan y eligen un sustituto de entre una variopinta lista de un centenar de candidatos, que incluye desde estrellas superconocidas de Hollywood, como Arnold Schwarzenegger, al rey del porno, Larry Flint, pasando por una anciana de 99 años. El tema no es baladí porque lo que está en juego en California es la esencia de la democracia representativa en EE UU, como así lo han puesto de manifiesto politólogos, intelectuales y todos los medios de comunicación responsables del país, incluidos el Chronicle de San Francisco y el Times de Los Ángeles.
Si el proceso electoral no se respeta y un estado de descontento general es suficiente para remover a un político impopular antes del término de su mandato, ¿qué sentido tienen las elecciones? Porque ése es el caso de Davis, cuya desastrosa gestión de la crisis energética el pasado verano y un déficit galopante, que alcanza los 38.000 millones de dólares, han recibido un rechazo ciudadano superior al 80%. Y, pese a ello, los californianos le volvieron al Gobierno el pasado noviembre.
Como señalaba el veterano columnista y analista político del Washington Post David Broder, en su excelente libro El descarrilamiento de la democracia, el problema de EE UU es que, cada vez más, la llamada 'democracia directa', es decir, las iniciativas populares para organizar plebiscitos sobre los más variados temas, desde la subida de impuestos a la concesión de licencias de juego, está sustituyendo paulatinamente a la democracia representativa, basada en la soberanía popular delegada por elección en las Cámaras legislativas. Broder mantiene que este proceso que, poco a poco, se va imponiendo en los Estados, produciría escalofríos a los padres fundadores de la República, redactores de la Constitución de 1787, basada en el equilibrio de poderes y que nunca contempló el recurso a esa 'democracia directa', de la que el proceso de recusación vigente en California es sólo un escalón más para desmontar, por conveniencias individuales o colectivas, el resultado de las urnas.
Por la idiosincrasia de las alternativas a Davis, personajes tan ilustres como la senadora y antigua alcaldesa de San Francisco Dianne Feinstein -la política más popular del Estado- han calificado el proceso de 'carnaval' y 'circo'. No lo entienden así veteranos políticos estadounidenses, escandalizados por el proceso de recusación puesto en marcha en California. La semana pasada The New York Times anunciaba la disposición de Bill Clinton a intervenir activamente en la campaña para impedir la subversión de los resultados electorales. Clinton, según ese diario, ve un desagradable paralelismo entre el intento de desbancar a Davis y el proceso de destitución a que fue sometido por el caso Lewinsky. Con o sin Clinton, Davis lo tiene difícil frente a Terminator Schwarzenegger. La última vez que un actor popular se presentó en 1966 como candidato frente al entonces veterano gobernador, Pat Brown, arrasó con una diferencia de un millón de votos. Su nombre: Ronald Reagan.