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Futuro
Columna
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Ni de ayer ni de mañana

El consenso dice que agosto es un mes en el que las Bolsas bajan. Santiago Satrústegui duda de la eficacia de las pautas temporales para predecir el comportamiento de los mercados

Agosto debe su nombre y la irregularidad de sus treinta y un días a Octavio, primer emperador del Imperio romano, que fue conocido como el Augustus. Parece ser que estaba mal visto que su mes durara menos que el de Julio César, su padre adoptivo, y decidieron expoliar a febrero, mes de los malos augurios, que se quedó sólo con veintiocho días.

Pasaron los siglos, y el que fuera solamente mes sextilis antes de la cacicada se ha convertido en el mes del descanso por excelencia y parece ser que gracias a la profusión en el uso de la hoja de cálculo y de la utilización flexible de la estadística con fines amarillistas, también es un mes en el que las Bolsas bajan.

La búsqueda de pautas temporales (días de la semana, meses...) para predecir el comportamiento de los mercados es un ejercicio que no deja de ser entretenido, pero cuya aplicación práctica depende únicamente de que existan en cada momento o no argumentos medianamente fundamentados para desarrollar otros planteamientos verosímiles en cuanto a la próxima evolución de los mercados.

Pero si lo que se busca es la utilidad literaria, sería mucho más valioso profundizar en serio en la naturaleza mágica del mes que iniciamos. En este sentido, el año pasado se dio de alta en el Ministerio del Interior la Asociación Cultural Española de Cabañuelas y Astrometeorología (Aceca) con la misión de investigar y dar a conocer los aspectos relacionados con esta tradicional forma de predicción meteorológica.

Las cabañuelas son un método ancestral de predicción meteorológica con profundas raíces manchegas y toledanas, donde los caprichos de la estadística han consagrado también verdaderos gurús de la disciplina.

En síntesis, el sistema consiste en interpretar los signos atmosféricos que cada día de agosto nos manda, de forma que se pueda lograr una estimación bastante exacta de cómo será la meteorología el año siguiente. La aparición de una nube, la dirección del viento, o el rocío de la mañana bastan para anticipar si un mes completo del año siguiente será lluvioso, frío o seco.

Los signos del primer día del mes serán la llave del año, y los de los siguientes doce días predecirán el tiempo de cada uno de los meses correspondientes empezando por enero. Las versiones más complicadas utilizan los signos del resto de los días del mes para, con una ponderación menor, matizar y afinar más la estimaciones. El sistema, perfeccionado a lo largo de muchos años, permite llegar a conclusiones tan concretas de año en año como que abril será un mes más lluvioso que julio.

El futuro de la Aceca sería brillante si fuera capaz de extrapolar sus teorías interpretativas a un mercado financiero que cada vez se parece más al 'hombre del casino provinciano', al que cantó Serrat con letra de Machado, 'que al cielo aguarda y al cielo teme' y que 'al cielo mira con ojo inquieto si la lluvia tarda'.

Yo, mientras tanto, confío en la llegada de un tiempo en el que los inversores, siguiendo el ejemplo del poeta, vuelvan a distinguir 'las voces de los ecos'. Hasta entonces, que el calendario nos ilumine porque llegará septiembre y, ya se sabe, 'o seca las fuentes o rompe los puentes'.

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