Canciller de verano
Política y teatro tienen, como es sabido, muchos puntos de coincidencia. Uno es que, en ambos, los malos actores suelen destrozar los personajes que representan, por excelsos que estos sean, debido a sus evidentes carencias personales. Ese podría ser el caso del canciller alemán, el señor Schröder, que llegó a la jefatura del Gobierno como innovador del panorama político de un país que parecía dormido en los laureles, pero que, en realidad, está contribuyendo con sus dudas y oportunismo a la esclerosis alarmante que hoy padece Alemania.
El coloso germano está desde hace un año sorteando a duras penas la recesión. Se trata de una economía que tan sólo crece cuando la coyuntura internacional avanza a ritmo sostenido, pero que cuando el comercio mundial se detiene, sus mecanismos productivos se atascan y comienzan a hacerse sentir el peso de unas estructuras de gasto público cada vez más pesadas, con un sistema bancario que día a día revela una creciente debilidad a pesar de las ayudas públicas que una parte del mismo recibe , y una legislación poco abierta a la competencia.
Pues bien, fiel a su táctica de ponerse siempre a la cabeza de la manifestación sin preguntarse hacia dónde va, el canciller aceptó durante su primer mandato tanto los sermones fiscalistas de corte igualitario de sus bases sindicales -que para eso le habían aupado al poder- como los florilegios ecoeconómicos de sus socios en el Gobierno, los Verdes, para archivar una tras otra las varias propuestas que, relativas a las inaplazables necesidades de reforma de un Estado de bienestar que incluso un país tan rico como Alemania no podía mantener a la vez que sigue subvencionando al Este del país, llegaban a su mesa. Pero al final las finanzas públicas han ' reventado' y el país patrocinador del Pacto de Estabilidad ha debido sufrir el sonrojo de ser reprendido precisamente por manirroto.
Un entrevista en el semanario Der Spielgel, publicada hace dos semanas en El País, descubre las claves de un personaje que dice ignorar lo que califica de 'chachara política', pero que es un fiel ejemplo de esa forma de actuar. Así sucede cuando el entrevistador le pone de manifiesto la contradicción entre lo que el año pasado consideraba ' decisión irresponsable' -a saber, la reducción de impuestos- y que ahora juzga 'imprescindible estímulo' para la economía 'que debe contar con la cooperación de todos los actores sociales'. Pero lo más interesante es que la entrevista revela claramente a un político oportunista ayuno de los más elementales conocimientos macroeconómicos; véase la ridícula descripción de cómo piensa compensar esa reducción de impuestos o su calificación de los fondos de pensiones como una modalidad de gastos en inversión; petulante, inclinado a la banalidad -como cuando pontifica a propósito del giro de su partido hacía un 'reequilibrio entre los conceptos de libertad e igualdad'- o francamente preocupante si se piensa en el futuro de su país -al asegurar sin más que ' la misión del Estado es cambiar la relación entre los gastos de consumo y los gastos de inversión'-.
Ahora apuesta por la llamada Agenda 2010, un proyecto destinado a reequilibrar las cuentas de los pilares básicos del Estado de bienestar -pensiones, sanidad y prestaciones de desempleo-, pero que va a contracorriente de la opinión de quienes le consiguieron la reelección en septiembre del año pasado, concretamente los sindicatos y el ala izquierda de su propio partido y que, por tanto, tiene muchas probabilidades de quedarse en nada.
No cabe duda, sin embargo, de que Schröder tiene suerte. El año pasado, en una situación electoral desesperada, le salvaron las inundaciones y la explotación del filón antiamericano; este verano las bufonadas del primer ministro Berlusconi y su subsecretario de turismo le han permitido explotar el siempre rentable filón del nacionalismo más primitivo. Cabe pues esperar que el mago Schröder -como esas bebidas típicas de la canícula- transforme su discurso de verano y recurra a un nuevo truco para hacer olvidar a la opinión pública cuáles son sus verdaderos problemas.