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Futuro
Columna
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Tormentas tropicales

La supuesta demostración estadística de que la Bolsa baja en verano carece de rigor científico. Santiago Satrústegui ironiza sobre el difícil papel de los asesores financieros en esta época del año

El verano es una estación difícil para el asesor financiero. No precisamente porque, como tratan de demostrar recurrentemente múltiples artículos y análisis en estas fechas, el calor o la holganza generen una propensión especial a que la Bolsa baje, sino por razones mucho más incrustadas en la condición humana.

No es el propósito de este artículo insistir en la incapacidad predictiva de los estudios que pretenden extraer pautas temporales de comportamiento de los mercados financieros, pero ya que estamos, sería bueno que quedara claro que la supuesta demostración estadística de que la Bolsa baja en verano carece del mínimo rigor científico.

Las complicaciones aparecen de otra manera. El veraneo, como otras muchas cosas fuertemente instauradas en nuestra sociedad, no deja de ser una convención social más, mediante la cual, y con el pretexto de conseguir un supuestamente merecido descanso, nos complicamos especialmente la existencia durante los meses de más calor del año.

Para sobrellevar la estancia y, sobre todo, la convivencia en un territorio mucho más hostil que nuestro hábitat habitual, los tópicos juegan un papel fundamental. El instinto de protección de nuestra especie inventó los automatismos en la comunicación para superar situaciones donde la educación obliga a establecer un diálogo pero donde ninguno de los protagonistas en la representación pretende comunicar nada al otro.

Dentro de los temas recurrentes, y es precisamente ahí donde empiezan los problemas de los asesores financieros, junto con el tiempo, la cantidad de gente que hay este verano o 'yo vengo aquí desde hace...', está el tema de las inversiones.

Aparentemente, la notoriedad social de nuestra actividad debería ser un plus, pero desgraciadamente el primer cliché comúnmente admitido es que los profesionales del mercado no tenemos ni idea, de forma que, una vez roto el incógnito de nuestra profesión, nuestro interlocutor se vengará con nosotros de los muchos agravios recibidos, eso sí, sin que hayamos visto nunca comisión alguna de ese señor o señora.

Si todo quedara así, cambiaríamos humildad por tranquilidad, asumiríamos nuestra culpa incluso por la muerte de Manolete y si te he visto no me acuerdo. Pero no. Los tópicos cumplen una rara cualidad, no se anulan aunque sean contradictorios (A es 'A' y 'no A' a la vez), y el mismo que nos acaba de poner a escurrir, acto seguido nos estará pidiendo que le contemos cuál es la acción que se tiene que comprar para hacerse rico o nos irá dando una relación de su cartera para que le demos nuestra opinión valor por valor. Si en ese momento, supongamos que debido a que nos estemos achicharrando los pies en la arena, asumimos que nuestras posibilidades de acertar son por lo menos las mismas que las del mono de The Wall Street Journal, y nos arriesgamos a aventurar el nombre de una compañía realizaremos una apuesta asimétrica donde, si no acertamos, malo, y si lo hacemos, peor.

La buena noticia es que el verano durará lo que tarde en llegar el otoño y que a la vuelta, lejos de las grúas y de los carteles publicitarios de las promociones que tanto nos van a dar que hablar de burbuja sí o burbuja no, podremos volver a nuestro propio andamio para afrontar un final de año que se vislumbra muy prometedor.

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