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La opinión del experto
Tribuna
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Escalar a costa de Armstrong

Antonio Cancelo analiza la alegría que se llevan algunos, está ocurriendo en el actual Tour de Francia, cuando un líder entra en crisis y se espera con ansiedad su caída

El cambio forma parte inseparable de la existencia humana y la propia vida encierra, al lado de algunos elementos consistentes que permiten identificar a cada individuo, una serie de transformaciones, inevitables las unas, buscadas las otras, con las cuales se construye la existencia. Los procesos de adaptación a las modificaciones voluntarias o involuntarias, deseadas o no, resultan ineludibles, si no se quiere producir un estado de conflicto interno que, si se resuelve inadecuadamente, ocasiona trastornos que afectan al bienestar personal y al de aquellos que nos rodean.

No cabe duda de que la adaptación resulta mucho más fácil cuando los cambios son voluntarios, se han perseguido a través de un proceso consciente de búsqueda y se han gestionado aprendiendo durante el trayecto a sustituir los puntos de referencia que se pierden por nuevas señales capaces de aportar la seguridad necesaria.

Por eso la gestión del cambio se hace particularmente crítica cuando tiene lugar por la fuerza de agentes externos que resultan incontrolables, escapándose a nuestra capacidad de acción y, además, los efectos derivados tienen para quienes los sufren una valoración negativa.

Al igual que los ciclistas del Tour, hay en la empresa quienes se dedican a esperar a que el directivo a quien aspiran sustituir caiga en desgracia

Un directivo, a lo largo de su historia, tiene que enfrentarse constantemente a situaciones como la esbozada, y en esa trayectoria, en la que a veces se tiene la sensación de vértigo que produce la aparente inexistencia de puntos de apoyo, le toca gestionar todo tipo de cambios.

Mientras los cambios afectan a la organización, y al directivo como parte integrante, la habilidad para moverse en escenarios inestables depende del carácter de cada uno, pudiendo encontrarse comportamientos que van desde aquellos para los que la ley y el orden son la base y sitúan el éxito en la repetición mimética del pasado hasta los que priorizan la búsqueda por encima de cualquier otro requerimiento, sin que encuentren nada en la historia digno de ser conservado.

Pero cuando se transita del plano de lo general al particular, cuando el cambio deja de tener un carácter genérico para afectar de modo directo al ejecutivo, poniendo en cuestión su papel, y se ve obligado a abandonar su tarea directiva por decisión irrevocable de quienes en su día le nombraron, todas las teorías del cambio adquieren un nuevo significado.

Tengo para mí, aunque no pueda demostrarlo, la teoría de que mientras se está en el camino ascendente, tratando de labrarse una profesión, o cuando se ha alcanzado alguna cima, son pocos los que consideran que esa posición es transitoria, tiene una duración limitada, y en consecuencia, mientras uno se esfuerza en hacerlo lo mejor posible, encuentra espacios de tiempo para preguntarse qué hará el día de mañana, cómo adecuará su vida, cómo gestionará el cambio en el momento en que comience el declive.

Que el momento de abandonar las responsabilidades, pero también los problemas, de los que se goza en puestos de alta dirección tiene que llegar no es una hipótesis, es una certidumbre que, todo lo más, podría prolongarse hasta el límite de la edad prevista. El análisis de los hechos muestra cómo se producen cambios constantes en los puestos de la alta dirección y muchos de los cambiados no encuentran trabajos de características similares, teniendo que asumir, en la misma empresa, o en otra, funciones de menor responsabilidad, retribución y estatus.

Se dan incluso situaciones en las que la brillante tarea realizada por el directivo ha permitido crear una compañía de mayor dimensión y complejidad, para dirigir la cual se considera inadecuada a la persona responsable de haberla llevado a tal situación. Seguro que existen razones, pero tiene que ser muy duro.

Cuando alguien pierde el papel directivo que desempeñaba se enfrenta a multitud de problemas que debe afrontar de inmediato. Dentro de la empresa habrá colegas que se alegrarán, esperando incluso que de su desgracia puedan derivarse oportunidades de progreso para ellos.

Metidos en plena canícula, lo que inevitablemente se asocia al Tour de Francia, vemos cómo muchos ciclistas están al acecho de un posible desfallecimiento del líder indiscutible, Lance Armstrong, para ascender en el escalafón a costa del declive de alguien a quien consideran superior. Lo tremendo es que ni siquiera luchan, no confían en su capacidad de mejora, sino en la pérdida, algún día llegará, de las condiciones del jefe del pelotón.

También en la compañía hay quienes en lugar de emprender el camino de la mejora personal, de la ganancia en conocimientos, de la dedicación, del análisis, del estudio, etc., se dedican a esperar a que el directivo a quien aspiran sustituir caiga en desgracia.

Pero las dificultades dentro de la compañía, con ser muchas, resultan insignificantes con relación a las que se plantean en el círculo de sus amigos y, aún más complicado, en el interior de su familia.

Como el declive al final es inevitable, bueno sería cultivar la conciencia de la transitoriedad y, mucho mejor, del servicio que se presta desde los puestos de responsabilidad, a los que se accede fundamentalmente para servir y no para servirse de ellos.

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