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Columna
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Pronto llegará la televisión

Fue en el Festival de la Canción de Benidorm promovido por la Red de Emisoras del Movimiento cuando triunfó aquella composición, pienso que del maestro Algueró, que empezaba con el título de esta columna: Pronto llegará/ la televisión/ y yo cantaré/ y tu me verás/. Parecía una fantasía, pero enseguida se hizo realidad en aquellos estudios del Paseo de La Habana. Victoriano Fernández Asís estaba a los mandos de las emisiones que alcanzaban dos horas al día y dejaban exhausta a la plantilla. Al atardecer, los esforzados de la ruta confluían en el despacho del director general para hacer un rato de tertulia. Fernández Asís prodigaba anécdotas y ocurrencias que eran invariablemente celebradas por todos. Pasados unos meses, el director observó asombrado que uno de los asiduos se abstenía de sumarse a la generalidad e inquirió preocupado al circunspecto por qué no se reía como antes. Director, respondió, es que yo ya soy fijo.

Así fue formándose, por estratos sucesivos, como en geología, la inconmensurable plantilla de nuestra TVE hasta sumar los más de 11.000 que llegaron a integrarla.

Cada director general incorporaba a los afines que se superponían a los anteriores, mientras seguía desembocando en la nómina el torrente imparable de los recomendados por los distintos sectores y personalidades del régimen: falangistas de diversas añadas y variadas lealtades, católicos colaboracionistas, tecnócratas de la modernidad laureanista y trepadores varios. Todos competían en la hazaña de halagar a Franco y de denostar a la oposición.

Siempre en esa línea, con agravamientos y alivios, según las circunstancias, llegamos al 25 de noviembre de 1975, cuando el equipo médico habitual que dirigía el marqués de Villaverde decidió desenchufar al Caudillo y se produjo el hecho biológico seguido de la puesta en marcha de las previsiones sucesorias.

En junio de 1976 el presidente del Consejo del Reino, Torcuato Fernández Miranda, dijo aquello de que estaba en condiciones de ofrecer al Rey lo que le había pedido. El nuevo presidente del Gobierno, Adolfo Suárez, venía de ser ministro secretario general del Movimiento, pero se había curtido como director general de RTVE. La casa de Prado del Rey fue encomendada a los cuidados de Rafael Anson que multiplicó su dimensión y sus gastos. Luego pasaron Carlos Robles Piquer, Luis Ángel de la Viuda, Eugenio Nasarre y Castedo por un orden que es imposible precisar.

Vinieron los socialistas tras su victoria por mayoría del 28 de octubre de 1982. En el hotel Palace, reunidos por Alfonso Guerra, un pequeño grupo de periodistas intentaba sonsacar quiénes compondrían el Gobierno que González estaba en trance de formar. Enseguida vieron la inutilidad de sus esfuerzos. Entonces se interesaron por el nombre que ocuparía la dirección general de RTVE. Guerra dijo que sería alguien de la plantilla de la casa sin precisar nada más. Entonces uno de los colegas quiso impugnar ese determinismo juzgándolo injusto y excluyente para todos aquellos que estaban fuera de tan insólita plantilla sólo por no haber sido franquistas a tiempo. Luego, cuando Guerra pidió alternativas, añadió que el PSOE debería proceder primero a la anulación de las elecciones sindicales, donde la UGT se había alzado con el triunfo, lo cual sólo podía entenderse como un voto simulado en busca de blindaje continuista, y a continuación concentrar en el Palacio de Deportes a todos los de RTVE para anunciarles por megafonía su despido, eso sí, dejándoles en libertad de proseguir en el ejercicio libre de su profesión y abriendo la posibilidad de estudiar la idoneidad caso por caso para una readmisión. Guerra hizo oídos de mercader y optó por José María Calviño con los resultados conocidos siempre modificados al alza por quienes fueron relevándose bajo el PSOE y el PP en el cargo.

Así llegamos al actual José Antonio Sánchez y a su jefe de informativos, Alfredo Urdaci, que acaba de ser condenado por vulnerar la intimidad de dos menores, víctimas de un crimen al pago de 300.506 euros (50 millones de pesetas) y a dar publicidad de la sentencia. Dice el juzgado, que se apoya en la jurisprudencia del Tribunal Constitucional, que los telediarios de nuestra TVE se han pasado de la raya que delimita el derecho a la información del respeto a la privacidad. Como Micifú y Zapirón, ¿dimitieron?, no señor, era un caso de conciencia.

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