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Columna
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Madrid está enladrillado

En medio de las turbulencias político-inmobiliarias de estos días viene al pelo el recuerdo de aquellos trabalenguas infantiles de tan clara adaptación. Primer ejemplo para entender a los constructores y afines asimilables siempre al tanto de las pingües recalificaciones: Madrid está enladrillado/ ¿quién lo desenladrillará?/ El desenladrillador que lo desenladrillare/ buen desenladrillador será.

Segundo ejemplo esclarecedor sobre la actitud de los hermanos Tamayo y de los balbases de la base: Un tigre, dos tigres, tres tigres/ comían trigo en un trigal. Aunque para el caso el cultivo del trigo haya sido sustituido por el del asfalto urbanizador.

Esta misma tarde se celebra en la Asamblea Parlamentaria de Madrid la sesión de investidura del candidato socialista Rafael Simancas, huérfano de los votos de los tamayos traidores. Hay una decisión firme del candidato de rehusar el Gobierno al que formalmente opta si su obtención precisara apoyarse en las incertidumbres de los aprovechateguis. Piensa que si lo hiciera sobre su actitud y sobre el PSOE se proyectarían sombras imposibles de disipar, de las que -¡oh, maravilla!- se ve sin embargo prodigiosamente libre el PP por mucho que se haya beneficiado desde el 25 de mayo de esos votos y connivencias merced a los cuales los vencedores en las urnas han sido excluidos de la presidencia de la Asamblea Parlamentaria y de la presidencia de la Comunidad de Madrid.

Aquí lo que se discute son tan sólo los plazos antes de la disolución de la Asamblea, que resultan alterados según se haya intentado o no la investidura de un candidato.

Y los plazos tienen consecuencias porque durante los mismos podrían aportarse esclarecimientos sobre lo sucedido capaces de iluminar en una comisión de investigación esta merienda de negros en el oscuro túnel donde nos encontramos.

Es interesante observar la diferencia entre las dos propuestas de populares y socialistas en torno a la comisión de investigación que coinciden en señalar como imprescindible.

Los socialistas quieren luz sobre quiénes promovieron el intento de invalidar el resultado de las elecciones, considerado adverso para determinados intereses empresariales en el ámbito de los sectores de la construcción y de la inmobiliaria. Los populares, en su línea de siempre -y Felipe sin dimitir-, pretenden que sean los socialistas los investigados. Los populares están en el pragmatismo de que a quién Dios se la dé San Pedro se la bendiga, de que al que le toca le toca y de que Santa Rita, Rita, Rita, lo que se da no se quita. Se resisten por completo a renunciar a cualquier cosa que les beneficie.

Por eso se han negado a reformar el reglamento de la Cámara que hubiera permitido evitar la formación del Grupo Mixto relegando a los traidores a la condición de diputados sin adscripción. Eso de la reforma del reglamento está bien para exigírselo de manera conminatoria al Parlamento Vasco pero en Madrid, de eso, nada. La opción abierta era la de apostar por el sistema y devolverle plena credibilidad o replegarse sobre los intereses inmediatos partidistas y los Aznar, Arenas, Romero de Tajada y compañía se han apuntado al ventajismo y se han desinteresado de las instituciones.

Llegados a ese punto se recomienda repasar la espléndida película italiana Mani sulla città, de Francesco Rosi. Qué magnífico retrato de la colusión de intereses, del conflicto entre la prevalencia que debería reservarse a lo público y los intentos de obtener prosperidades particulares por los atajos de la corrupción. Piensa Rosi que el mal queda identificado con el error, pero los espectadores sabemos que antes de emprender sus bellaquerías cada uno se convence de que el bien público se identifica con el propio beneficio.

Resulta ejemplar cómo para lograrlo, para defender el dinero que esperan obtener no dudan en poner velas a la Virgen, en sacrificar a sus hijos o en traicionar a sus compañeros de partido. Pero mucho antes de ver Mani sulla città sabíamos que aquella consigna de la tierra para quien la trabaja había sido sustituida por la de la tierra para quien la recalifica.

Así que, repetimos, Madrid está enladrillado y más que lo van a enladrillar todavía los Bravo, los Vázquez, los Verdes, los novios y tantos y tantos que se veían venir el final de las vacas gordas o al menos un plan de adelgazamiento.

Pero ése no puede ser un descubrimiento de estos últimos días. Los mismos que hace poco, en la Universidad Antonio de Nebrija, en feliz sobremesa con el presidente Aznar le preguntaban: Presidente, ¿qué debemos hacer ahora que hemos perdido la Comunidad de Madrid?

En todo caso, llama la atención que durante toda la campaña electoral del 25 de mayo, de estos abusos de estas recalificaciones y de estos ladrillos e índices de edificabilidad apenas se haya dicho nada. ¿Para cuándo se dejaba reclamar las aclaraciones pertinentes a quienes habían gobernado durante ocho años en la Comunidad de Madrid?

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