Razonable temor deflacionista
Los informes de diversas instituciones internacionales aparecidos los últimos días no han dejado de puntualizar la delicada situación por la que atraviesa la economía alemana, para la que se augura un práctico estancamiento este ejercicio. Sus precios de consumo descendieron en mayo por segundo mes consecutivo, situando la inflación interanual en un reducido 0,7%, que inevitablemente sugiere la posibilidad de entrar en deflación. La producción industrial bajó un 1% en abril, y la tasa de paro de mayo está en niveles del 10,4% (8,2% para Alemania occidental), impensables hace unos años.
En este entorno está justificado preguntarse si nos hallamos en puertas de un escenario deflacionista, definido por un descenso continuado en el nivel de precios, es decir, una sucesión de tasas de inflación negativas durante un periodo de tiempo, en un contexto de demanda insuficiente y de estancamiento, si no descenso, de la actividad productiva. La preocupación es, a todas luces, lógica y está más fundamentada que en EE UU, país acerca del cual suele suscitarse un interrogante similar.
Sobre los peligros y costes de un escenario de deflación se están vertiendo opiniones de muy diverso signo. Como casi cualquier cuestión en economía, sucede que la deflación no genera costes idénticos en todas las circunstancias, sino que dependen del entorno económico global. En el caso de Alemania, si se produjera, estaríamos hablando de una caída continuada en el nivel de precios, en un contexto de recesión, y con una delicada situación de solvencia de su sistema financiero. Esta combinación de elementos, similar a la ocurrida en Japón, excepto por la afortunada ausencia de burbuja inmobiliaria en Alemania, es lo que ha desencadenado la lamentable situación en aquel país, y sería un escenario peligrosísimo.
La caída continuada de precios tiene muchas dificultades: los consumidores renuncian a efectuar las compras de bienes duraderos por cuanto que perciben que cuanto más tarde lo hagan, más baratos resultaran éstos; las empresas ven súbitamente deterioradas sus ventas y sus cuentas de resultados, y no pueden sino ajustar su empleo si no quiebran.
Al perderse empleo se genera un inmediato deterioro de la renta disponible de las familias, pero también de sus expectativas de renta futura. El descenso continuo de precios deteriora drásticamente las expectativas de resultados y la confianza de empresarios, que dejan de invertir.
El problema es que es muy difícil romper este círculo de efectos. Para retornar a una senda de inflación puede recurrirse a una política monetaria expansiva, pero sus efectos no son inmediatos, y el daño que una economía puede experimentar en tan sólo un año de deflación, especialmente porque ésta ocurre tras tres años de fuerte crisis, puede ser devastador.
Por tanto, no cabe sino apreciar con cierta esperanza que no todos los indicios sobre Alemania estén siendo negativos. Por el lado de las opiniones, el temor deflacionista del Fondo Monetario Internacional se ve compensado por la rotunda negativa institucional del BCE y del Bundesbank acerca de la verosimilitud de tal escenario.
Por sí solas, las opiniones lamentablemente no evitan el problema. También hay algún dato esperanzador: tanto en la zona occidental como en todo el país, la tasa de paro ha descendido cada uno de los tres últimos meses. El número de personas desempleadas en el área occidental descendió en mayo, si bien es verdad que también lo hizo en marzo de 2002 únicamente por un mes. El índice IFO de clima económico en la industria aumentó en mayo, tras dos meses consecutivos de caída.
Los indicios positivos son todos muy recientes, y de periodos todavía muy breves de tiempo, por lo que requieren confirmación en meses próximos. Tampoco hay por qué negar esta posibilidad, y quizá el positivo sentimiento de los mercados de valores de los últimos días sea un preludio de un mejor tono económico.
Ojalá se confirme esta última posibilidad, pero sería muy deseable que el periodo de incertidumbre que estamos viviendo acerca del posible escenario deflacionista sirva para mostrar en toda su crudeza que el diseño de política monetaria de la eurozona es demasiado restrictivo. Entre otras razones, porque los esfuerzos por estar por debajo del umbral del 2% de inflación dejan a las economías peligrosamente próximas a un contexto deflacionista cuando la evolución del ciclo económico se deteriora.