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Columna
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La mala educación política

Antonio Gutiérrez Vegara

Las normas de conducta para comportarnos en las relaciones con los demás, esas que revelan la buena o la mala educación, las aprendemos de nuestros mayores en el seno familiar y de los maestros en la escuela. En la vida política, los pedagogos son los propios políticos. Pero en sus maneras de portarse no ponen en evidencia solamente el nivel de urbanidad alcanzado para ejercer sus magisterios, además y sobre todo, reflejan el respeto que tienen por la escuela que es la democracia misma.

Por tanto, las faltas que se dispensan en el trato entre ellos trascienden de la cortesía, ya que debilitan la credibilidad en las instituciones y afectan al funcionamiento democrático.

En consecuencia, no es la democracia como sistema la que está en crisis, sino que la ponen en crisis quienes la representan con el uso que hacen de sus funciones. Como acaba de ocurrir, por ejemplo, con la deserción de dos diputados socialistas en la Comunidad de Madrid durante la sesión constitutiva de su asamblea. Un episodio que, por cierto, poco tiene que ver con el debate teórico acerca de la innovación de los cauces participativos o sobre las hipotéticas ventajas de las listas abiertas respecto de la confección partidaria de candidaturas cerradas. En este caso, los diputados desertores habrían considerado incluso más propio su escaño de haber sido elegidos por el sistema de candidaturas abiertas.

Los partidos deben extremar su cuidado a la hora de confeccionar las candidaturas, lo que precisamente se logra con más democracia interna y menos componendas entre corrientes, en las que siempre medran los condotieros de la política. Pero son éstos los principales responsables del enorme daño ocasionado a su partido, más grave que el que hubiera originado la derrota de la izquierda en las urnas, y a toda la institución, puesto que probablemente la abstención sería muy superior a la registrada el 25 de mayo si se tuvieran que repetir las elecciones en la Comunidad de Madrid.

No es, lamentablemente, el único escándalo político de la actualidad. Otros malos ejemplos en el ejercicio de responsabilidades públicas nos los está brindando el Gobierno central ante las dos tragedias que han sucedido con pocos días de diferencia, la del avión ucraniano en la que murieron 62 militares españoles y la del accidente ferroviario en la estación de Chinchilla.

En ambos casos, en lugar de dar explicaciones, han dado excusas de mal pagador, muchas de las cuales se han demostrado falsas y otras han sido de tal frivolidad que rayan en la crueldad para con las propias víctimas de los accidentes, especialmente las que se ha permitido el propio presidente del Gobierno comparando la catástrofe del Yakovlev 42 con una incidencia en el tren de aterrizaje del avión que usa en los viajes presidenciales.

Lejos de asumir la más mínima responsabilidad, han echado balones fuera, que les han sido rebotados de inmediato por los destinatarios, ya fuese la agencia de la OTAN para supervisar los contratos aéreos, los demás países europeos que, según el Ministerio de Defensa, utilizaban los mismos aparatos o las propias compañías comerciales españolas que supuestamente habían sido rechazadas en concursos a los que nunca optaron.

De igual manera se precipitó el titular de Fomento al achacarle toda la culpa del choque de trenes al factor de circulación ferroviaria de Chinchilla. Accidente en el que todas las personas que lo sufrieron, las que murieron y las que han sobrevivido, son víctimas de una causa principal, el retraso en las inversiones (incluso en la ejecución de las aprobadas hace varios años) para renovar los 4.885 kilómetros de la red ferroviaria que siguen con el sistema de bloqueo telefónico.

Y si la oposición reclama las explicaciones debidas, se le responde con la mayor agresividad y todo tipo de descalificaciones.

Pero la falta de respuestas y el griterío ofende sobre todo a la ciudadanía, que observa la mala educación de los políticos, y esperemos que no les cunda el ejemplo dejando de votar. Por el bien de la democracia, que es de interés general.

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