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Crónica de Manhattan

Clinton aviva la nostalgia

Dice Bill Clinton que disfruta de la vida fuera de la Casa Blanca, pero esta semana ha dejado entrever un rasgo de nostalgia. En un discurso en la biblioteca JFK en Boston, el ex presidente dejó a la audiencia boquiabierta al decir que sería razonable que debido a que la esperanza de vida es mayor sería recomendable revisar la 22ª enmienda de la Constitución para permitir un tercer mandato a un presidente.

El ex presidente dijo inmediatamente que no pensaba en él mismo, pero no pudo evitar tampoco decir que si le hubieran dado la oportunidad la habría tomado. 'Me tendrían que haber echado', explicó en tono jocoso, según destacaban algunos diarios de Boston. Lo cierto es que a pesar de los esfuerzos de quienes temen a la figura de Clinton por unir su nombre a un solo hecho en su carrera, el llamado escándalo Lewinsky, hay muchos ciudadanos que comparten ese sentimiento nostálgico y querrían verle de nuevo en la Casa Blanca. Muchos pensaban que, al menos Clinton, volvería a Washington como consorte para ejercer su influencia como su esposa lo hizo cuando a los 46 años ganó las elecciones.

Pero esta posibilidad está cada vez más lejana. De momento, la otrora combativa Hillary no sólo no está entre la ya larga lista de demócratas que optan a la presidencia sino que además mantiene un perfil más bajo y menos combativo de lo que nunca se hubiera imaginado en la actual senadora por Nueva York. Hillary Clinton, que nunca ha tenido el encanto personal de su marido pero a la que nadie le ha negado la competencia técnica, no se ha ganado al elector de centro, como hiciera el ex vicepresidente, sino que por obra y gracia del llamado pragmatismo político está perdiendo parte del electorado progresista que tantas esperanzas tenía en ella. La que fuera gran diseñadora del proyecto fallido de seguridad social universal diluye su figura y sus promesas.

Y es que el ex presidente sigue en la palestra y últimamente tiene más repercusión lo que dice él que lo que dicen los candidatos de su partido a la reelección. Y es que frente a las casi tímidas críticas de los demócratas al actual presidente George Bush, Clinton no ha ahorrado críticas a los recortes fiscales, pero además ha expresado su descontento por la diplomacia ejercida desde la Casa Blanca, se ha enfadado por el populista desprecio que emana desde Washington hacia Francia y Alemania y lucha por hacer comprensible el porqué de la llamada Affirmative Action, una discriminación positiva que permite que las minorías tengan sitio en las universidades. Además, para disgusto de Bush, uno de sus mejores aliados, el británico Tony Blair, ha tenido a Clinton al otro lado del teléfono cuando lo ha necesitado.

También lo está para los candidatos demócratas, a quienes da consejos para singularizarse en su dialéctica contra la republicana. Al calor de las críticas de Clinton a los recortes de impuestos han arreciado las de los candidatos y Bob Graham, John Kerry y Howard Dean hablan ya de un programa en el que 'considerarían la permanencia de algunos de los recortes'. Más pragmáticos que su consejero áulico, a los candidatos les cuesta hablar de algo tan impopular como subir impuestos y lo hacen en términos de costes de oportunidad: 'Si recortamos un ingreso habrá que recortar gastos'.

El influyente Clinton dice que no toma partido por ninguno de ellos. Y es cierto. El miércoles, en Boston, tomó partido por sí mismo.

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