El sol entra en el Urquijo
Por las ventanas del sexto piso de la sede del Banco Urquijo en Madrid entra la luz a raudales. Es la planta que alberga la sala del consejo del banco y donde trabaja Alberto Álvarez Tolcheff, consejero delegado de la entidad. Claridad y arte en abundancia
Le habría gustado disfrutar de una gran mesa de comedor para trabajar, 'pero no encajaba con el estilo'. Alberto Álvarez Tolcheff, consejero delegado del Banco Urquijo, llegó al despacho que ahora ocupa en 1995 y sacrificó su único capricho, contar con una mesa suficientemente grande para 'extender todos los papeles', por la estética que la entidad ha conservado durante años. Y no es de extrañar. A pesar de la funcionalidad que Álvarez Tolcheff pide a su lugar de trabajo y que se percibe en la ausencia de efectos personales, reconoce que 'es un lujo estar rodeado de estos cuadros'. Palencias, gutiérrez solanas, picassos... son algunas de las obras que cuelgan de las paredes tanto de su despacho como de los pasillos y salas de reuniones de la sede madrileña del Banco Urquijo. Un lujo para quienes ahí trabajan, que sólo se ve eclipsado por el torrente de luz que llena el edificio. Un lujo también para los clientes.
La entidad está exclusivamente orientada a la banca privada. Un área en la que ha sido pionera y en la que se ha volcado en los últimos años, sobre todo tras la entrada del banco en el grupo luxemburgués KBL, en 1998. En este tiempo también ha habido que apretarse el cinturón y de una plantilla de unas 2.000 personas se ha pasado a 980, de las cuales cerca de la mitad son nuevas.
El perfil que requiere la banca privada, explica Álvarez Tolcheff, ya no es el de la banca clásica y responde más al de experto legal, fiscal e, incluso, de auditoría y en este sentido han ido los cambios de plantilla producidos en la entidad. 'El cliente busca valor añadido', aclara. Al tiempo, la banca privada es un segmento en el que el trato exquisito al cliente también debe respirarse en el ambiente. Así, los espacios del Banco Urquijo transmiten esa agradable sensación de volver a la casa familiar. Mesas de maderas nobles, bargueños, relojes que desafían el paso del tiempo que marcan... En este entorno, el pasillo de la sexta planta, de paredes blancas y con grandes telas de arte moderno, y la sala del consejo se presentan como la única ruptura al clasicismo predominante.
Álvarez Tolcheff duda si la sala del consejo será o no del gusto del visitante: paredes de rojo intenso y un sofá en la antesala, también rojo, dan paso a una gran mesa de cristal de formas irregulares, rodeada de ventanas. Del techo cuelgan interminables hileras de minúsculos puntos de luz. Sin embargo, el consejero delgado parece más cómodo aquí que en su despacho contiguo. Al fin y al cabo, es casi el único habitante de la planta y es fácil presumir que la disfruta a sus anchas a lo largo de unas intensas jornadas que comienzan alrededor de las 8.30 de la mañana hasta... 'dejémoslo en pasadas las ocho'. Si va a jugar al tenis, 'es casi mi única afición y me sirve para descargar tensiones a base de raquetazos', sale antes. Preguntado sobre si es fácil compaginar vida profesional y personal, responde: '¿Vida personal?'.
Álvarez Tolcheff cree no tener manías, si acaso, un vicio imprescindible como es tener dos pantallas de ordenador. Una, para acceder a información financiera en tiempo real, y la otra, para el correo electrónico; 'y eso', señala, 'que los consejeros delegados no hacemos nada', afirma con ironía. Reconoce ser poco o nada partidario de personalizar el lugar de trabajo, 'nunca he tenido sobre la mesa una foto de mi mujer'. Y deja entrever cierta provisionalidad de allí por donde pasa, 'ni soy ni me siento el propietario de este despacho. Cuando llegué ya estaba así'. En su opinión, un despacho no representa nada a la persona que lo ocupa, pero sí responde a la marca de la empresa.
No sin su moto
El equipo de seguridad de una entidad financiera se puso en alerta por un motero que merodeaba por los alrededores. Los vigilantes temían lo peor. Horas más tarde, el mismo hombre volvía al lugar del supuesto crimen, pero ahora con traje y corbata en lugar del traje de cuero negro y el casco.Alberto Álvarez Tolcheff tiene un punto débil y es su BMW K 1200 RS de color rojo en la que suele hacer uno o dos viajes largos al año; 'mi mujer va en el coche y yo en la moto'. Una miniatura de su moto reposa en la estantería de su despacho. Es la excepción a esa decisión que le hace prescindir de objetos fetiche en su lugar de trabajo.