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La Opinión del experto
Tribuna
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La fe de los altos ejecutivos

Antonio Cancelo aborda la necesidad de que la alta dirección pierda el miedo y no corte las alas a las iniciativas y proyectos que, a medio y largo plazo, pueden resultar un éxito

Antonio Cancelo ex presidente de Mondragón Corporación Cooperativa

Siempre he sentido curiosidad por conocer las razones que explican las causas por las que algunos proyectos empresariales alcanzan desarrollos importantes en comparación con otros de ubicaciones parecidas, actuando en los mismos sectores y con medios similares en el momento de partida. La observación permite contemplar multitud de ejemplos que muestran cómo efectivamente se producen trayectorias divergentes en realidades homogéneas en un momento determinado, pero que a partir de un cierto punto los caminos se bifurcan, tomando las más eficientes rutas que aceleran su desarrollo frente al mantenimiento continuista de la mayoría.

Sería fácil atribuir el progreso de los destacados al descubrimiento de un nuevo producto que atiende mejor que los existentes las expectativas de los clientes, o a la aplicación de una nueva tecnología de forma pionera, lo que otorgaría a quien la aplicase una indudable ventaja, o de un nuevo modelo organizativo. Estos y otros razonamientos pueden aplicarse para explicar ciertos casos, pero la cuestión que quiere plantearse parte de aceptar la existencia de condiciones similares para todos los que participan en la carrera.

Para explicitar con precisión lo que quiero decir supongamos la existencia de dos empresas de producción que fabrican los mismos artículos, tienen un tamaño similar, actúan en los mismos mercados, aplican las mismas tecnologías y sus disponibilidades financieras son del mismo tenor. Una de ellas sigue un ritmo diríamos normal de crecimiento, mientras la otra decide abrir cinco nuevas plantas productivas en el mercado nacional, para atender mejor a sus clientes, y a la vez cierra una alianza estratégica con otra empresa extranjera para introducirse con energía en los mercados exteriores.

Planteada la cuestión de este modo resulta incuestionable que la oportunidad que ofrecía el mercado era abierta, que las fortalezas interiores eran aparentemente iguales y que el optar por una u otra estrategia no dependía de factores exteriores. Hay algo, por tanto, en el seno de las empresas, que las identifica y diferencia, dando lugar a proyecciones tan distintas que resulta difícil recordar la equivalencia de la foto de partida.

La empresa tiene dentro de sí las potencialidades que la harán caminar en una o en otra dirección, a uno u otro ritmo, y según se aprovechen darán lugar a proyectos de mayor o menor éxito. La justificación, escuchada con demasiada frecuencia, que traslada al exterior la responsabilidad de trayectorias mediocres resulta un argumento inconsistente que sólo puede consolar a los incompetentes.

Pero, si las potencialidades están o hay que generarlas, en el interior de las empresas, a alguien le tiene que corresponder la tarea de sacarlas a la luz, ponerlas en marcha, generar los cauces para que se transformen en realidades. Y ese alguien, llamado a la tarea más excitante, por creadora, de la vida empresarial, no puede ser sino su máximo responsable.

Lo de menos es la titulación que le atribuya el organigrama, director general, presidente, consejero delegado o coordinador general, como últimamente se han dado en llamar algunos avanzados en el campo de los estilos de dirección modernos. Hacer que la empresa, todos sus componentes, sean conscientes de su enorme capacidad implícita es una tarea indelegable de quien ostenta la máxima responsabilidad.

Si la persona de que se trate quiere plantear un reto exigente, que incluso cueste enunciarlo, por el previsible y comprensible rechazo que en una primera instancia va a provocar, porque rompe con la historia conocida, porque resulta descolocante, porque hace dudar de la propia capacidad de la empresa para alcanzarlo, entonces se estará en el camino debido que iniciará una rampa de lanzamiento sin límites conocidos.

Nos estamos acercando, en consecuencia, a la identificación del factor determinante explicativo del éxito de algunos proyectos empresariales que han roto la trayectoria previsible. Si quien detenta la máxima función ejecutiva de la empresa está dispuesto a asumir su responsabilidad, poniendo en marcha el potencial existente y complementándolo en la medida necesaria, el despegue estará asegurado.

Para sacar a la empresa del tono comedido, lleno de prudencia, que caracteriza a la mayoría, sus máximos responsables tienen que hacer un esfuerzo para trascender a lo que parece la capacidad real interna y contemplarla proyectada hacia lo que puede ser si se crean las condiciones objetivas. La mayoría de los proyectos que no fueron se debe a que nadie se atrevió a soñarlos.

La fe juega un papel importante cuando se quiere iniciar una aventura que parece imposible y respecto a la que desde dentro y desde fuera se empeñarán en combatir con razones que justifiquen la irrealizabilidad de lo que se pretende. Razones de peso, cuya única debilidad es que parten del análisis de lo conocido.

Pero la fe tiene que ir acompañada de una voluntad férrea, que no se debilite ante las inevitables pruebas a las que el proyecto se verá sometido. Seguro que se podrán encontrar multitud de argumentos que ayuden a explicar las razones que han llevado a determinados proyectos a alcanzar un éxito singular en el mundo empresarial, pero, si de las razones quisiéramos pasar a la razón, nos encontraríamos con el talante de quienes las dirigieron.

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