Los alcistas lanzan sus misiles

Los bajistas, ese tipo de inversores y especuladores vestidos generalmente de negro, escasean, desde siempre, en las Bolsas. Es un género repudiado y, con harta frecuencia, ninguneado. Desde que las tropas angloestadounidenses aparcaron con comodidad en Bagdad se ha iniciado en las Bolsas una caza de brujas bajistas. Los alcistas, los jocosos bullish, que son los que más abundan en los mercados de valores, lanzan sus misiles. Y los bajistas se esconden.

Desde que se tomó Bagdad en un abrir y cerrar de ojos, porque nunca existió resistencia, las Bolsas han dirigido sus miradas al cielo, que es el alza. Han vuelto a despreciar los fundamentos económicos y a coger el toro de los resultados por los cuernos de unas expectativas superadas.

El bolsista es el animal que más veces tropieza en la misma piedra, que no es otra que la del olvido. El bolsista es un animal desmemoriado que se deja llevar por la propaganda del alza al instante. El dinero corre por los mercados con alegría y la ambición no tiene límites.

Se olvida, así, de que las empresas estadounidenses, muy hábiles en el diseño de estrategias de futuro y en el dominio de la psicología del mercado, dibujaron antes un horizonte trimestral lleno de nubarrones negros. Sucede ahora que, con la presentación de los balances de los tres primeros meses del año, los nubarrones se han diluido como azucarillos y, claro, las Bolsas se desmelenan y el griterío alcista lo inunda todo.

Supongamos que algunas empresas llegan a la presentación de cuentas con el cumplimiento de las malas expectativas. Tampoco pasaría gran cosa, dicen los observadores, porque el mercado acudiría al recurso ya conocido de que eso estaba descontado.

Ganan los bullish la partida en curso y que nadie ose ponerse delante de la manada. Sería un acto suicida. Eso sí, quizá convendría analizar el exceso de alcistas y recordar lo del sentimiento contrario.