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Columna
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La soga y los capitalistas

José Manuel Morán sostiene que con la caída del régimen de Sadam Husein en Irak se abre un tiempo para la retórica sobre la reconstrucción. Pero esto, afirma el autor, no bastará para estimular unas economías en crisis

Mientras que se ve derribar una estatua de Sadam en una plaza cercana a los hoteles en que han vivido atemorizados los periodistas después de la tragedia que ha segado la vida a José Couso, es imposible no rememorar lo que media entre la Guerra del Golfo y ésta que está a punto de concluir. Entonces las pantallas no reflejaban nada que se pareciese a la realidad y sus informaciones distaban mucho de lo que se necesitaría para saber qué pasaba.

Hoy, por contra, cuando los móviles ya no son tan pesados ni tan poco fiables y operativos como los de entonces, o cuando la conectividad de Internet, la versatilidad y funcionalidad de los portátiles o las retransmisiones de Al Yazira han abierto el horizonte hacia otras comunicaciones en directo, se puede asistir a los últimos acontecimientos de una invasión sin ninguna legitimidad. En la que la desproporción de los medios en contienda ha puesto en evidencia las mentiras con las que se ha tratado de justificar. Pues ni parece que hubiese armas de destrucción masiva operativas ni los pocos milicianos que se han encarado con sus rifles a tanques y aviones sofisticados parece que pudiesen constituir una amenaza para el resto de países. Y en especial para los que se retrataron en las Azores, por más diferencias que mediasen entre los recursos defensivos de estos esclarecidos líderes.

Ahora, cuando los combates venturosamente parecen haber llegado a su cese, la desproporción aludida, que hace todavía más repulsiva la muerte de civiles que han muerto porque se les iba a liberar, vuelve a resaltar los réditos de la inversión tecnológica en la industria armamentística que empezase en la época de Reagan. Y que si todavía no se mostró eficaz a la hora de repeler la invasión de Kuwait hace 12 años, ahora se ha visto que ha servido para que se llegue a Bagdad en mucho menos tiempo y con menos hombres puestos sobre el terreno. Claro que nunca se podrá tener certeza de si ello se debe a que la logística del horror ha sido más eficaz ahora por los avances técnicos o si tal eficacia es solamente el resultado de luchar contra un ejército inexistente, poco pertrechado y sin una mínima fuerza aérea que incomodase los famosos alfombrados de bombas que se tejen primorosamente desde los viejos B52 cuando nadie les inquieta.

Hay quienes ya han ido a Washington con los dedos cruzados para ver qué le asignan a la economía española

Tal capacidad tecnológica está, sin embargo, detrás de la creciente diferencia de competitividad que hay entre la economía estadounidense y las de aquellos países que ahora tienen dudas de si han obrado bien al no sumarse al aventurerismo de los que ahora parecen dispuestos a repartirse las tareas de reconstruir Irak. Y que las encaran con la misma eficiencia que se ha lucido en Afganistán. En el que sigue sin saberse si se ha acrecentado la democracia y la modernización, salvo que han mejorado la producción de opio.

Dicha diferencia entre las economías capaces de abordar la reconstrucción obviamente no es tanta como la que se ha podido apreciar, a la hora de derribar la estatua del esfumado mandatario iraquí, entre los espontáneos y los marines. Ya que los que ahora se van a reunir en San Petersburgo para ver qué hacen por impedir un mundo unipolar no tienen sólo sogas como las que esgrimían los pocos que se afanaban por aporrear una efigie hueca. Aunque tampoco tienen amplios presupuestos y déficit para poder tener tanques operativos que poner sobre el terreno en el momento oportuno y así simbolizar en una imagen una vergonzante victoria.

Se abre con ello un nuevo tiempo para la retórica a favor de la reconstrucción, una vez que se salda lo de las armas peligrosas aludiendo a que se pueden llevar en el equipaje de los que huyen. Y otro para la puesta en marcha de un nuevo sistema político, mientras Sadam ha hecho mutis con el mismo sigilo con que desapareció Bin Laden y con no menores incertidumbres que las que han obligado a que la UE y el FMI hayan rebajado sus expectativas. Pues no son capaces de ver que los jugosos beneficios que algunos esperan obtener por volver a poner en pie los modestos equipamientos bagdadíes basten para estimular unas economías en crisis. Y más si se piensa que para poder acceder a tales negocios parece que sólo desde el Imperio se van a asignar las tareas. Mientras que para la nueva organización del poder puede que no se tengan mejores ideas que las de volver a acudir al entramado de los jefes tribales para salir del paso.

En nuestro caso, como cuando caían las estatuas arribaba el primer barco de apoyo logístico a los muelles de Um Qasar quizás debido a que habíamos estado en un rincón hasta que se fue a las Azores, otra vez nos hemos quedado sin invitación para la reunión de Belfast en que se han empezado a comentar estos temas. Por lo que esperemos que no nos dejen esos papeles que en las lidias se asigna a los capitalistas. Que según Cossío son aquellos que corresponden al aficionado más modesto y entusiasta que se arroja oficiosamente al redondel para consumar alguna suerte. O a cargar en hombros al matador afortunado. Y como para esto último, como para otros menesteres, no parece que algunos tengan la talla adecuada, hay quienes ya han ido a Washington con los dedos cruzados para ver si a la economía española le cabe la suerte de que le asignen algún descabello ventajoso. Lo cual, además, daría sentido a las promesas entusiastas que en su momento hizo el hermano del emperador.

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