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Las autoridades mexicanas encaran la alta cotización del peso

La presión del banco central para frenar la depreciación de la divisa puede afectar a la recuperación económica

La cotización del peso mexicano ha experimentado en los últimos meses un llamativo vaivén. Hace ahora un año, el entonces super-peso estaba próximo a las nueve unidades por dólar. La fortaleza de la moneda mexicana resultaba útil para luchar contra la inflación, pero agravaba la falta de vitalidad de la economía mexicana, que en 2001 decreció ligeramente (-0,4%) y en 2002 experimentó un lánguido crecimiento (0,9%), afectada por el enfriamiento del poderoso vecino del norte. A partir de la primavera del año pasado el peso mexicano empezó a depreciarse y cuando el dólar, afectado por las incertidumbres creadas por la perspectiva de guerra contra Irak, acentuó su caída frente al euro a finales de 2002, el peso mexicano hizo lo propio frente al dólar y rebasó las 11 unidades.

Preocupado por el impacto inflacionista de esa 'desordenada' depreciación, el Banco de México endureció su política monetaria, elevando los tipos de interés interbancarios con su conocida técnica de aumentar el 'corto' (esto es, racionar la liquidez ordinaria que proporciona a los bancos). El banco apoyaba así el ambicioso objetivo de inflación (3%) fijado para 2003, enfatizando que el único objetivo de esas medidas de política monetaria era luchar contra la inflación, no mantener un objetivo concreto de tipo de cambio: desde la crisis de 1994, las autoridades ponen buen cuidado en subrayar que el peso sigue en libre flotación frente al dólar.

El rigor de la política monetaria antiinflacionista y los ingresos extraordinarios en divisas obtenidos por Pemex por el encarecimiento internacional del petróleo han venido produciendo, sin embargo, una significativa acumulación de reservas en el Banco Central.

Por eso, desde hace meses el banco y la Secretaría (Ministerio) de Hacienda han venido debatiendo si no convenía limitarla vendiendo dólares. Hacienda se resistía, viendo las ventajas para la economía de un peso más débil. A principios de marzo, sin embargo, esa resistencia se moderó y empezó a barajarse públicamente la idea de que Pemex -que, como empresa pública, está obligada a vender al banco central las divisas que ingresa- vendiera directamente sus ingresos en dólares en el mercado. El anuncio, unido a la recuperación del dólar tras la reunión de las Azores, cogió por sorpresa a cuantos estaban apostando por una mayor depreciación del peso y les obligó a cerrar precipitadamente sus posiciones especulativas. El resultado fue un súbito fortalecimiento del peso, que pasó en pocos días de 11,30 a 10,78 unidades por dólar.

Hace unos días la Secretaría de Hacienda y el Banco de México anunciaron, finalmente, el mecanismo acordado para moderar la acumulación de reservas por el banco. A partir de mayo, el banco subastará diariamente, a lo largo de cada trimestre, el 50% de las reservas netas que haya acumulado en el trimestre precedente. El carácter fijo y no discrecional de esa regla subraya, una vez más, que el propósito de las autoridades es tan sólo evitar la acumulación de reservas, no estabilizar el tipo de cambio del peso en torno a un valor concreto.

Las autoridades mexicanas se enfrentan, en suma, a un dilema emparentado con el que vivimos en España a finales de los años ochenta. Muchos creen que el peso sigue sobrevaluado y que, a medio plazo, tendrá que depreciarse. Pero, a corto plazo, el rigor de la política monetaria y los ingresos extraordinarios del petróleo están provocando entradas de divisas que dificultan esa depreciación y sostienen la cotización del peso. Conciliar esas dos perspectivas, sin brusquedades, constituirá toda una prueba para las autoridades mexicanas.

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