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Columna
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Paro contra la guerra

José María Zufiaur examina las causas que han podido provocar la desunión sindical respecto a la convocatoria de huelga por la guerra. Considera que el PSOE debería haber asumido más protagonismo en las movilizaciones sociales

Cuando no se esperaba y por el motivo que menos cabía imaginar, se ha producido sorprendentemente una nueva quiebra de la unidad de acción sindical. En esta ocasión, la fuga hacia la desunión se ha producido, entiendo, de una manera más forzada y aún menos comprensible que en ocasiones anteriores, ya que no había por medio posiciones divergentes sobre la materia -en este caso, la guerra- que pudieran hacer sospechar el desencuentro.

Tres son las cuestiones que más me han chocado de este disenso. La primera tiene que ver con algunos de los argumentos utilizados para rechazar la convocatoria de huelga general. Entiendo que es siempre pertinente la discusión sobre la conveniencia, oportunidad y capacidad de convocar una huelga general. También en esta ocasión. No comparto, en cambio, que se aduzca como argumento de peso para no convocarla la posible división de los trabajadores cuando una abrumadora mayoría de los ciudadanos españoles están no sólo contra la guerra, en abstracto, sino, en concreto, contra la involucración del Gobierno en la misma. Resulta especialmente incomprensible dicho argumento dado que esa pretensión de impedir la división entre los trabajadores lo que ha provocado de inmediato, como era previsible, ha sido la división inter e intrasindical. Tampoco parece que haya contribuido a que los trabajadores sintonicen mejor con otros sectores sociales, como los estudiantes, los artistas o las ONG.

Es, igualmente, sorprendente que se esgrima la supuesta ilegalidad de una huelga contra la guerra por su carácter político (el espacio interpretativo entre lo que dice, al respecto, la Constitución y lo que señala el real decreto de 1977 es, en todo caso, muy amplio). Todas las huelgas generales convocadas en la democracia han sido catalogadas como políticas por los Gobiernos en ejercicio. Y los que luchamos contra el franquismo no podemos olvidar que en aquella negra época absolutamente todas las huelgas eran acusadas de ser políticas. En puridad, en las últimas décadas, a diferencia de lo que sucedía cuando el movimiento obrero pretendía un cambio revolucionario, las huelgas propiamente políticas las han encabezado, contra Allende o recientemente contra Chávez, las organizaciones empresariales.

La huelga convocada para el jueves es un tipo de paro que no repercute en los bolsillos de los trabajadores ni en las cuentas de las empresas

Doy por descontado que la huelga del jueves puede ser nominada como política en igual o menor medida que cualquier otra de carácter general -en realidad, como otras anteriores, ni tiene objetivos partidarios ni pretende desestabilizar al Gobierno, sino sólo, en sintonía con el resto de la sociedad, parar la guerra-, pero ¿acaso los sindicatos pueden renunciar, por el temor a que fueran declaradas políticas o ilegales, a convocar huelgas generales en defensa de la democracia o contra el terrorismo, por ejemplo? Si la tarde-noche del 23-F las direcciones de UGT y de CC OO, reunidas en aquel momento de urgencia en un local ugetista de la calle Jacometrezo de Madrid, no convocamos inmediatamente una huelga general no fue por razones leguleyas, sino porque nos lo desaconsejó expresamente el señor Laína en nombre del Gobierno de subsecretarios que defendía la legalidad democrática contra el intento golpista del teniente coronel Tejero.

De otro lado, es evidente que esta guerra está afectando ya a los intereses económicos y sociales de los trabajadores -repercusiones negativas sobre sectores como el turismo o el transporte aéreo; alerta de la OCDE sobre el impacto del desplome bursátil en las pensiones privadas; los índices de confianza en la situación económica de las familias y de las empresas están descendiendo fuertemente en EE UU y en Europa; el precio del petróleo aumenta en cuanto las expectativas de una guerra corta se esfuman...- y les afectará aún más como consecuencia de una estrategia de dominación americana de Oriente Próximo que, según han hecho público sus dirigentes, no se acaba con la invasión de Irak. Todo ello acarreará, también, consecuencias muy negativas para muchas empresas.

En segundo lugar, me han resultado incomprensibles las posibles razones para el abrupto cambio desde un escenario de acuerdo sobre la convocatoria a otro de ruptura. No he logrado descifrar la caja negra, si existe, de este accidente unitario. Que es más difícil de entender dado que no se ha convocado una huelga general de 24 horas, sino, en propiedad, un paro parcial de dos horas, de ámbito general. Un tipo de paro en los que, en la inmensa mayoría de los casos, suele negociarse la manera de realizarlo y la forma de recuperar posteriormente el tiempo de trabajo perdido y que, por tanto, no acaba repercutiendo en el bolsillo de los trabajadores o en la cuenta de resultado de las empresas. Sorprende el desacuerdo no sólo porque la Confederación Europea de Sindicatos habla en su manifiesto de convocar paros, huelgas y movilizaciones, sino, sobre todo, debido a que la huelga o paro es la forma más comprometida, más completa, más expresiva y más apropiada para que el conjunto de los trabajadores puedan expresar su rechazo a esta guerra.

La última impresión tiene que ver con una creencia. Creo que esta divergencia sindical no se habría producido, al menos no con este motivo, si el principal partido de la oposición hubiera asumido un claro liderazgo político respecto a las movilizaciones sociales que se están produciendo. Probablemente, en pocas otras ocasiones estará tan justificada la convocatoria de un paro general cívico: un llamamiento a parar el país para parar la guerra, sacar a nuestro país de la misma y evitar un mundo unilateral. En ese marco, la huelga hubiera tenido, no más razón, pero sí mejor encuadre. Diversos acontecimientos ajenos -Gescartera, la huelga general contra el decretazo, la gestión gubernamental de la catástrofe del Prestige, la enloquecida implicación del Gobierno en esta guerra- han llevado en volandas al Partido Socialista al primer puesto de las expectativas electorales.

Pero las encuestas también muestran que la ciudadanía tiene más claro lo que no quiere que lo que desea. Seguramente en ello incide el que la gente demanda del PSOE algo más que un líder: también liderazgo político y nuevas propuestas.

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