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Lealtad, 1

Chamarileros y vendedores de crecepelo

El dinero quema en las manos de muchos consumidores a principio de mes, porque es cuando llegan a las cuentas corrientes las nóminas. Por eso, en las primeras semanas de cada mes aumenta el consumo. En las plazas de los pueblos y aldeas de La Mancha, que es lo que mejor conocemos, se agolpan los vendedores de baratijas, incluso de ilusiones.

Allí se apostan los chamarileros, auténticos expertos en el arte de la compraventa de objetos antiguos. Acá, los que trafican con frutas y comestibles, a veces de higiene dudosa. Más allá, los charlatanes por todos conocidos, esos que comienzan ofreciendo una manta y terminan convenciendo al ama de casa para que compre diez. En el centro de la explanada aparca un carromato, con un lateral abierto en el que se exponen jabones, colonias, matamoscas y crecepelos. Siglos después, ahí está la fe ciega del consumidor calvo o la capacidad de convicción del vendedor, que eso nunca se sabe, siglos después, en fin, hay compradores de crecepelos. Son botellas rellenas de agua destilada, incluso del grifo, a las que se incorpora una mezcla de polvos que no sirven para nada y mucho menos, claro está, para hacer brotar el cabello deseado.

Cada principio de mes las Bolsas del mundo viven estampas similares. Los comisionistas y agentes exhiben toda su capacidad de persuasión y ofrecen un amplio abanico de productos. Tratan de convencer al cliente de que ahora sí, ahora es la subida buena. Cada principio de mes se suceden las alzas, porque hay quien entra en juego. A medida que pasa el mes, la flor del alza se marchita y los finales son peligrosos, porque hay que hacer caja.

En el análisis obsceno que merece la Bolsa en la coyuntura actual, destacamos, por lo demás, una frase: 'Optimismo en el frente de guerra', dijo ayer el jefe de análisis de un banco mediano. La Bolsa, en fin, desprecia la vida, niega las muertes.

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