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Tribuna
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Pan para hoy y pensiones para mañana

Los dignatarios que hicieron sus deberes antes de acudir a la última reunión del Consejo Europeo tuvieron la ocasión de leer los resultados del Eurobarómetro 56.1 que refleja la percepción de sus votantes sobre el futuro que les espera cuando abandonen la vida laboral y pasen a formar parte del colectivo de jubilados.

En esta encuesta los entrevistados reconocen que el envejecimiento de la población consecuencia de la pobre tasa de natalidad y del incremento de la esperanza de vida les preocupa. También les preocupan sus ingresos en el futuro. Sin embargo, no por ello dejan de mirar el futuro con razonable confianza. De hecho más del 60% de los europeos responden que saben que o bien sus ingresos serán suficientes para atender sus necesidades, o bien que no han pensado en ello porque tienen confianza en su futuro.

Siendo esto así, no resulta por tanto extraño que los europeos quieran retirarse cuanto antes y desoigan las incitaciones a trabajar más para no ser una carga para el sistema. De hecho, sólo una cuarta parte de los entrevistados considera que debe elevarse la edad de jubilación. Resulta paradójica esta actitud si se compara con los años sesenta, cuando la esperanza de vida era menor que la actual y la edad de jubilación legal y efectiva era más tardía.

En sintonía con lo anterior se encuentran las respuestas que indican el mayoritario apoyo que tiene la idea de que los mayores deben retirarse de la vida activa para dejar sus puestos a los más jóvenes.

Estas actitudes contrarias a trabajar en exceso no tendrían mayor importancia si no entraran en contradicción con las que son dos de las políticas más acariciadas por la Comisión Europea para evitar futuros desequilibrios financieros del sistema de pensiones públicas. A saber, aumentar de la edad legal de jubilación y potenciar el empleo de los mayores de 55 años.

El supuesto problema es bien conocido: el envejecimiento de la población provocará una situación de desequilibrio en el sistema amenazando su sostenibilidad dentro de 50 años. Puesto que no se puede confiar en que ni la natalidad, ni la inmigración, ni los aumentos de productividad salven la situación, hay que recurrir a hacer trabajar a los viejos más tiempo.

Sin embargo, las respuestas de los entrevistados parecen poner de manifiesto que ni se creen el problema, ni participan de la solución.

El no sentir la gravedad del problema no se puede catalogar como frivolidad. Si uno se toma la molestia de leer los cálculos que llevan a predecir incrementos del coste de las pensiones en tres puntos del PIB dentro de 50 años, no puede evitar que le dé la risa. Los economistas no nos ruborizamos cuando año tras año erramos en un 40% en la predicción del índice de precios al consumo o de crecimiento del PIB para los próximos 12 meses, pero estamos dispuestos a creernos a pies juntillas una predicción del coste de las pensiones para dentro de 50 años, si es que para entonces queda alguien para comprobar su cumplimiento.

El que la solución del supuesto problema pase por una mayor ocupación de los mayores durante más tiempo no parece demasiado factible, al menos si uno tiene en cuenta algunos datos relevantes. El gráfico 1 adjunto nos indica que la tasa de paro en los mayores de 55 que aún permanecen en el mercado laboral es muy pequeña, no parece que pueda reducirse mucho más.

El gráfico 2, por su parte, pone de manifiesto la pronunciada tendencia hacia la reducción de la actividad para los mayores de 55 años. Las razones son sobradamente conocidas y descansan sobre todo en la preferencia de las empresas por la contratación de trabajadores jóvenes.

Nada parece indicar que estas tendencias se puedan corregir con facilidad. Basar políticas de pensiones en medidas que aparentemente van contra la corriente no contribuye a su credibilidad, y, lo que es peor, se corre el riesgo de que se termine pensando que lo que se pretende es dejar pasar el tiempo.

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