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Columna
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Ni limpia, ni corta, ni ciega

Nos contaron que la guerra desencadenada sobre Irak sería limpia, corta y ciega.

Limpia, porque la sofisticación del armamento, especialmente el armamento balístico, ha adquirido tal grado de perfección en la actualidad que se evitarían víctimas inocentes, o de haberlas serían muy reducidas. Corta, porque una guerra de 'conmoción y pavor' haría ver al régimen iraquí la inutilidad de cualquier tipo de resistencia y se produciría un levantamiento contra Sadam Husein de un pueblo que preferiría terminar él mismo con el dictador. Y ciega, porque se controlarían las imágenes de la muerte y de la devastación y sólo veríamos a la humillada población iraquí recibiendo alborozada a sus liberadores anglo-estadounidenses.

Con una guerra limpia, corta y ciega se conseguirían rápidamente los objetivos políticos previstos y volverían el sosiego y la tranquilidad a los mercados.

Como nos dijo un miembro del Gobierno español, con una guerra limpia, corta y ciega se recuperaría la economía, la Bolsa empezaría a subir y bajaría el precio del petróleo. Sería ese el momento en el que toda la opinión pública española reconocería la enorme visión del presidente Aznar, y su coraje personal por haber apostado a la solución vencedora a pesar de tener a toda la opinión publica española en contra.

Así las cosas, la guerra resuelta y la economía relanzándose, como le dije a los ministros De Palacio y Trillo, los españoles se irían de vacaciones en el mes de abril, unos días de sol y playa, relajo físico e intelectual, y de vuelta a casa se habrían olvidado de la 'conmoción y el pavor' sobre las devastadas ciudades iraquíes.

Los europeos nos olvidaríamos también de nuestras rencillas internas y volveríamos a la senda de la responsabilidad. El presidente Bush, victorioso de una guerra relámpago, se aprestaría a encarar a partir de octubre su reelección poniendo la economía norteamericana a todo trapo.

Todo en orden y, además, avanzando.

Acaba de terminar la cumbre de Camp David entre Bush y Blair y nos han anunciado su firme decisión de llegar hasta el final, pero con un cambio sustancial respecto a la agenda que acabo de describir: 'La guerra puede durar algunos meses'.

Parece que no va a ser tan fácil como pretendían y la guerra se presenta ahora sucia, larga y transparente.

Tienen que endurecerla aún más y parece que han tomado la decisión de poner más medios y más soldados para conseguir rendir a Sadam Husein y poder ocupar con garantías el territorio iraquí. Se trata de una guerra de ocupación clásica que no les va permitir en cualquier caso retirar las tropas del terreno durante bastante tiempo.

Parece ya obvio que Irak no es Afganistán y la guardia republicana y las milicias del partido Baas van a oponer más resistencia que los talibanes del mulá Omar.

Es toda una incógnita cómo se podrá instalar en Bagdad el Gobierno en el exilio y rehacer todo un nuevo sistema administrativo y de seguridad que haga funcionar correctamente un país que, a diferencia de Afganistán, contiene un bien conocido y codiciado, petróleo.

Esta guerra la van a ganar los anglo-estadounidenses. Terminarán rindiendo a Sadam Husein y ocupando el territorio iraquí. La desproporción de capacidades militares de los dos bandos es tan considerable que se terminará imponiendo la lógica del más fuerte.

Pero de lo que tengo cada vez más dudas es de que la lógica del más fuerte, incluso ocupando el territorio, pueda impedir una permanente lucha en el interior de las ciudades iraquíes a través de ataques de guerrilla urbana y sabotajes contra las tropas de ocupación.

Me vienen a la memoria dos ejemplos en los que tuve que trabajar, sin ningún éxito, cuando tenía la responsabilidad de la cooperación y la ayuda humanitaria en la Comisión Europea: uno es el de Beirut, en la guerra del Líbano, y el otro el de Mogadiscio, en la guerra de Somalia.

Una división aerotransportada, por muy sofisticada que sea, no puede controlar a cientos de fedayines fanáticos en un medio urbano dispuestos a morir matando contra el ocupante. Me acuerdo particularmente de Mogadiscio.

Era una ciudad devastada, imposible de habitar, mucho más pequeña que Bagdad o que Basora, pero también rodeada por el desierto, y no pudieron controlarla.

Recuerdo, a pesar de la gran protección militar, cómo aquellos milicianos fanáticos y drogados con qatt del siniestro general Aidid nos asaltaban los depósitos de ayuda humanitaria de la Unión Europea.

Terminaron matando, en una horrorosa emboscada, a un gran número de soldados paquistaníes de la ONU que nos daban protección. Fue un desastre y tuvimos que marcharnos.

Un gran director, Ridley Scott, hizo una gran película de guerra, Black Hawk Down, sobre la guerra urbana en Mogadiscio. La casualidad hizo que coincidiera en el cine con uno de los ministros más inteligentes del Gobierno Aznar. Al terminar comentamos la película y lo que había supuesto para el ejército más poderoso del mundo.

Tengo la firme convicción que la lógica del más fuerte no resolverá el problema de Irak y mucho menos los conflictos de la región del Oriente Próximo. Es probable que se produzca más inseguridad y que se cree un semillero de odio, de afán de revancha y de fanatismo que terminará perjudicándonos aún más.

En cualquier caso, la agenda política basada en una guerra limpia, corta y ciega parece que no se cumplirá. Y pasará factura, una gran factura a aquellos que se apuntaron a una guerra que desde luego no es la nuestra, la de la inmensa mayoría de los españoles.

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