Ganar la paz
Alas 48 horas del comienzo de las hostilidades contra Irak, el general Wesley Clark, ex comandante supremo de la OTAN, expresaba su temor a que las fuerzas de tierra de la coalición concentradas en el sur de Irak no serían suficientes para lograr el avance y posterior ocupación del territorio entre la frontera kuwaití y Bagdad. Los hechos le han dado la razón y anteayer el Pentágono ordenó la incorporación de otros 35.000 efectivos. Clark recordaba que, en la primera Guerra del Golfo los efectivos empleados para expulsar a los invasores iraquíes de Kuwait sobrepasaban el medio millón, mientras que en esta campaña las fuerzas aliadas no alcanzan la mitad de esos efectivos. Con la diferencia de que en 1991 la motivación de las tropas iraquíes en defender su presencia en otro territorio era mucho menor que la que tienen ahora en la defensa de su propio país.
Sólo los estrategas de café y tertulia a ambos lados del Atlántico predecían una campaña relámpago con una victoria en días para las fuerzas de la coalición. Tanto George Bush como Tony Blair alertaron a sus respectivas opiniones públicas sobre un exceso de optimismo y predijeron que la campaña sería larga y costosa, tanto en medios materiales como en víctimas. Sólo afirmaron con convicción que la victoria final no estaba en duda y que el régimen de Sadam Husein sería derrocado, y su armamento bioquímico, destruido. Precisamente para hablar de la administración de la paz tras la victoria de la que nadie, salvo Sadam Husein, duda se reunieron ayer en Camp David el presidente estadounidense y el primer ministro británico en una entrevista tan importante para el futuro como el desarrollo de la campaña bélica. Porque tanto EE UU como Gran Bretaña necesitan que la legalidad internacional, negada para la intervención militar, avale su presencia en un Irak post-Sadam. Y esa legalidad sólo la pueden conseguir a través del Consejo de Seguridad de la ONU. Se trata no sólo de vencer en la guerra, sino de ganar la paz.
No conozco aún el resultado de esa reunión, pero Blair necesita desplegar todo su poder de convicción, que es mucho, para persuadir a Bush de que una administración militar estadounidense de Irak, como pretenden los halcones, sería catastrófica para los intereses de Occidente en el mundo árabe e islámico. Tras un periodo de ocupación militar para garantizar la integridad territorial y evitar un estallido étnico y religioso en Irak -tan corta como sea posible-, la Administración civil del país debe ser traspasada a la ONU y, desde ahí, organizar un proceso constituyente con los iraquíes del interior y del exterior, que dote las futuras instituciones democráticas. Sólo así se logrará ganar la paz para un país que, desde su independencia en 1932, sólo ha conocido golpes de estado, guerra civil y tiranías de uno y otro signo. Además, Blair debe conseguir de Bush la publicación inmediata de la famosa 'hoja de ruta', que relance sin demora el proceso de paz palestino-israelí, sin el cual una paz generalizada en el Próximo y Medio Oriente es absolutamente impensable. Los palestinos ya han cumplido con la exigencia de nombrar un primer ministro ejecutivo en la persona de Abu Mazen. Es hora de que los demás empiecen a cumplir sus compromisos.