Muere la paz
Desde finales de la Segunda Guerra Mundial en 1945, el mundo ha presenciado decenas de conflictos: Congo, Suez, Vietnam, Afganistán, Ruanda, la antigua Yugoslavia, por citar únicamente los más sobresalientes. Pues bien, en sólo tres ocasiones -Corea (1950), Irak (1991) y Afganistán (2001)- los conflictos respectivos han contado con las bendiciones del Consejo de Seguridad. En el resto, la ONU ha quedado al margen por el veto o la amenaza de veto de uno de los llamados cinco grandes.
En esta ocasión, Estados Unidos y sus aliados, la 'coalición de los voluntarios', han comenzado la intervención militar en Irak sin el respaldo expreso del Consejo de Seguridad, irónicamente para respaldar, por la fuerza, el cumplimiento de 17 resoluciones del alto organismo, incumplidas por Bagdad desde 1991. Una vez más, la obsesión de unos y la intransigencia de otros han matado la paz.
Cuando las bombas han comenzado a descargar sobre Bagdad es inútil seguir con disgresiones académicas sobre la legalidad o ilegalidad de la acción desencadenada en la madrugada de ayer por Washington. Estados Unidos se cree legitimado para actuar sobre la base de la Resolución 687 de 1991, que establecía, no la paz con Bagdad, sino simplemente un alto el fuego, sujeto a unas condiciones que Irak debería cumplir.
Si hay algo evidente para todos -incluidos Francia, Alemania, Rusia, China y el propio Consejo de Seguridad- es que Irak ha incumplido esas condiciones, y no sólo las referentes al desarme. De ahí la unanimidad que se produce el 7 de noviembre cuando los 15 miembros del Consejo votan la Resolución 1.441 para darle a Sadam Husein 'una última oportunidad', con la amenaza de afrontar 'graves consecuencias' si no lo hace.
Por su parte, un grupo de países, liderados por Francia, interpreta que 'última oportunidad' no significa ultimátum y que sólo el Consejo puede autorizar una intervención armada. Pero, como decía antes, estas disquisiciones ya no importan. La realidad es que las operaciones militares han comenzado y que, por el bien de la inocente población iraquí, sólo cabe desear que la campaña sea corta y que se eviten al máximo las víctimas civiles.
Por las informaciones que nos llegan de Washington y, sobre todo, de Londres, el ataque lanzado ayer con aviones B-117, indetectables por el radar, y con misiles de crucero constituye sólo un anticipo de lo que será el comienzo real de la guerra. Blair fue informado por Bush a la una de la madrugada de que la aviación estadounidense realizaría, dos horas después, 'una operación quirúrgica limitada' sobre objetivos concretos de Bagdad, en un intento de terminar con la cúpula iraquí antes del inicio en toda regla de las hostilidades. Que la operación iba a ser limitada lo demuestra el hecho de que Blair ni siquiera convocara a Downing Street a su gabinete de crisis. A mediodía de ayer, Jack Straw, secretario del Foreign Office, describía el ataque como 'una advertencia' al régimen iraquí.
Como ocurrió en junio de 1944 en Normandía, cuando el desembarco aliado tuvo que ser aplazado varias veces a causa del mal tiempo, la meteorología juega un papel decisivo en esta guerra.
Ya lo dijo Bush en su alocución del lunes: 'Nosotros elegiremos el momento más adecuado para el comienzo de las hostilidades'. La tormenta de arena que azota Kuwait y el sur de Irak no se desvanecerá hasta hoy. Atención, pues, a las próximas 48 horas.
En el número de esta semana, The Economist editorializaba sobre lo que calificaba de 'última victoria de Sadam Husein', que no era otra que la división causada por el dictador iraquí en el mundo. 'Hace sólo seis meses, ni siquiera Sadam soñaba con conseguir tanto con tan pocas concesiones'.
Por el bien de la cohesión occidental y de la seguridad mundial, esperemos que esa fractura termine con el fin de la guerra y que la futura reconstrucción de Irak sirva también para reconstruir la ahora maltrecha unidad occidental, que, como el propio Kofi Annan, reconoció en Bruselas es fundamental para la paz y seguridad del mundo.