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Columna
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La batalla del cura Castillejo

Esto de las guerras produce efectos colaterales también a grandes distancias. Los medios de comunicación se obsesionan y sólo tienen ojos para la catástrofe. Así, bajo esa humareda que concentra la atención, se cuelan verdaderos elefantes. Alfonso Paso, el celebrado autor teatral de los sesenta, compuso una acertada escena en la que uno de sus personajes explicaba el imposible endeudamiento al que había llegado y cómo en el momento del protesto de las letras había estallado el 18 de julio, de modo que la sublevación militar origen de la desastrosa guerra civil le había salvado de las consecuencias del impago.

Ya se sabe que baza mayor quita menor y, como dijo el cronista medieval, en aquella polvareda perdimos a don Beltrán o a don Miguel Castillejo, el canónigo de la catedral de Córdoba, presidente de Cajasur.

Don Miguel, a sus 73 años, ha presentado una enmienda a la totalidad a Santa Teresa de Jesús para quien esto de aquí abajo apenas era 'una mala noche en una mala posada'. De aquel paradigma evangélico según el cual los seguidores de Jesús no tienen aquí morada permanente se ha perdido el rastro en la canonjía de la que venimos hablando. Don Miguel, eso sí, se ha imbuido de la mentalidad que refleja Teresa de Ahumada en su libro de Las Fundaciones para decir, en réplica a las investigaciones abiertas por la Fiscalía Anticorrupción para el esclarecimiento de las irregularidades de su gestión, que se encuentra 'indefenso' pero que luchará para que 'desde ningún pretexto le quiten a la Iglesia ni a Córdoba su caja'. Parece dispuesto a sufrir con mansedumbre admirable.

Todo sucede en estos descargos dialécticos como si la Iglesia de Córdoba nada tuviera que ver con su cabeza, el obispo de la diócesis, cuyo criterio a propósito de Cajasur ha sido ignorado por el cura Castillejo, versión particular de otros trabucaires a imagen y semejanza del cura Merino de nuestra guerra de la Independencia contra el gabacho.

Para el lector de a pie resulta, desde luego, incomprensible el autorretrato de Castillejo en términos de 'indefenso'. Es una argumentación habitual de toda una galería de personajes instalados en el abuso de Gil y Gil y tal y tal en adelante. Nuestro hombre aparece en la fotografía publicada ayer en el diario El País tomado por el brazo por un fraile franciscano después de firmar un convenio de colaboración con su convento.

En el texto de la noticia adjunta se incluye además la afirmación de que 'el Señor se ha querido valer de mí para forjar este gran entramado autóctono'. La afirmación merecería incluirse en una antología de lo que el gran Arturo Soria y Espinosa llamaba 'la asimilación tergiversadora' frente a la cual propugnaba el procedimiento de la 'clarificación sancionadora'.

Veamos. ¿Quién es el cura Castillejo para simular la actitud de un pobre instrumento del Señor y para atribuirle a æpermil;l nada menos que la forja de 'este gran entramado autóctono'? ¿Desde cuándo el Señor tiene esas dedicaciones? ¿Es que se puede hacer una relectura del Evangelio de forma que aquella misión de 'id y predicad el Evangelio' adopte la nueva versión de 'id y forjad entramados financieros autóctonos'? ¿Se sabe que Jesús se atribuyera blindajes para garantizar su permanencia en el cargo o dietas en millones de denarios o se hiciera dotar pólizas de vida (por importe de 2,9 millones de euros al cambio actual) transmisibles a sus deudos? ¿Dónde queda aquella prescripción de 'dad al César o a la Junta de Andalucía lo que es del César y a Dios lo que es de Dios'?

Empieza a ser tan descarada como patética la figura del cura Castillejo resistiendo a la autoridad civil competente sin más apoyo que el del PP local, donde tanta relevancia tiene la familia de Ana Botella y de Gema, señora de Álvarez-Cascos.

Entre tanto, los intereses de Cajasur, siempre tan desinteresados, han sido canalizados con toda habilidad en muchas direcciones sin descuidar los medios de comunicación para garantizarse la más favorable de las penumbras públicas.

La participación de Cajasur en la propiedad del Diario Córdoba es el mejor ejemplo que desafía a su director Alfonso Palomares obligado a un equilibrio imposible con el otro accionista de referencia que es precisamente el Grupo Z. En Córdoba aumenta la distancia entre lo que se sabe y lo que se publica y al cura Castillejo ya sólo le queda la defensa incondicional de Carlos Rodríguez Braun, que actúa de intelectual orgánico al servicio del canónigo. ¡Viva la versión autóctona de la escuela de Chicago!

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