Varias formas de perder la cartera

El auge de los valores tecnológicos se llevó por delante una generación de bolsistas, aunque resulte paradójico, porque éstos nunca llegaron a entender la muerte del dividendo ni la creación de términos como Ebit, Ebitda y otros más. Una generación, en fin, que no participó de los fastos de la nueva economía y que estaban muertos cuando la burbuja estalló en marzo de 2000. Se anticiparon y no pudieron soportar el alza.

Esos viejos bolsistas contaban en los cenáculos miles de anécdotas de éxitos y fracasos. Salvo casos muy aislados, personas muy concretas, las cosas de la Bolsa iban despacio y los bolsistas que se arruinaban tardaban mucho tiempo en hacerlo. La ruina siempre venía de la mano de la ambición desmesurada y de la repetición de especulaciones con títulos sin calidad.

En poco tiempo las cosas han cambiado de manera drástica. Si los bolsistas muertos levantaran la cabeza, seguro que enloquecerían al ver la facilidad con que uno puede arruinarse hoy. Se ha comentado ya los casos de Enron, Ahold, Corus, las líneas aéreas suizas (ayer fue la emblemática francesa Alstom, por cierto) y otras más. Una forma de arruinarse consiste en la selección de valores de primera fila. Cualquier mañana pueden amanecer con una caída de las acciones del 90%, sin mayores reparos, porque se ha descubierto, por ejemplo, que la contabilidad era falsa.

Pero la fórmula más rápida de arruinarse es una que está muy de moda. Se trata del toma y daca con los derivados, instrumentos que de bondadosos, como dicen sus mentores, tienen muy poco.

Los derivados permiten apalancamientos extremos y la asunción de riesgos propios del casino. De cada 100 jugadores de esta modalidad, noventa suelen arruinarse entre los diez meses y el año; cinco participantes se tambalean y los cinco restantes se enriquecen. Hay que saber si siempre son los mismos. Hay quien sospecha que así es.