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Columna
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Perpetrando la mayoría... ¿moral?

Antonio Gutiérrez Vegara

Hay quienes se cobijan en las llamadas victorias morales para consolarse en sus derrotas reales, sin embargo, las consecuencias de tal deformación de los hechos las pagan ellos solos. Sin aprender de sus errores sufrirán nuevos reveses y terminarán por agotar su moral y la de quienes les que acompañen.

Pero, cuando son los poderosos quienes pervierten las reglas del juego a su antojo, porque consideran que les basta con su fuerza para legitimarse en cada momento, los perjudicados son todos los demás, seguidores incluidos.

De esa base pareció partir el Gobierno norteamericano de Bush desde su toma de posesión, rompiendo los acuerdos que iban tejiendo un nuevo entramado normativo a escala mundial (ya fuese en relación al Protocolo de Kioto para reducir la emisión de gases contaminantes o para constituir el Tribunal Penal Internacional) o despreciando la legalidad internacional cada vez que las instituciones que la encarnan no se subordinan a sus particulares designios.

Así se comportó ya cuando tuvo que adoptarse la resolución 1.441 del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas para darle respaldo legal a la previa designación desde el Pentágono del régimen iraquí como la gran amenaza para la paz y la seguridad mundial. Sin que el dictador iraquí hubiese atacado a nadie nuevamente y sin contar con pruebas de que se estuviese rearmando, lo menos que podía hacer la Comunidad Internacional era ordenar nuevas inspecciones como las autorizadas por unanimidad con la citada resolución, antes de embarcarse en otra guerra cuando apenas acababa de concluir la de Afganistán.

Pero lejos de entenderla como una concesión, un tanto forzada por la solidaridad suscitada a raíz del 11 de septiembre, que recibían de los demás Gobiernos, consideraron que eran ellos quienes se la hacían a un organismo compuesto por pusilánimes.

Desprecio que ha ido en aumento a medida que fructificaban las tareas de los inspectores de Unmovic y de la OIEA. Si sus informes ofrecen resultados tangibles en la detección y destrucción del armamento prohibido que aún quedaba en Irak o demuestran que son falsas las informaciones ofrecidas por Bush y Powell a cerca de la compra de uranio enriquecido en Niger para fabricar armas nucleares en Irak, se pasa a tildar de ingenuos a Hans Blix y a Mohamend el Baradei.

Pero es en estos días cruciales cuando se está pasando el Rubicón de un conflicto que parece haber sentenciado la suerte de Irak y la legalidad internacional a un tiempo. Ante la negativa de Francia, Alemania, Rusia y China de aceptar la nueva resolución que autorice el ataque militar, se ha desatado en EE UU la campaña de descrédito de estos países, con especial saña contra los franceses, y todo un filibusterismo diplomático en el seno de Naciones Unidas que acabará dinamitando la credibilidad del Consejo de Seguridad.

Ahora se busca reunir los nueve votos que otorguen mayoría a la resolución patrocinada por Aznar, Blair y Bush, recurriendo al chantaje sobre México a cuenta de sus emigrantes en EE UU, sobre Chile jugando con el tratado de libre comercio o sobre países africanos.

Es el llamado grupo de los indecisos con los que se quiere conformar la mayoría moral del Consejo para contrarrestar el voto negativo de Francia, Rusia y tal vez el de China, que equivalen a ejercer el derecho de veto. Ese derecho que a lo largo de la historia de la ONU ha utilizado más que nadie EE UU (equiparados en su día por la antigua Unión Soviética), precisamente para impedir la condena de Israel por su reiterado incumplimiento de las resoluciones internacionales.

Pero, por respeto a las reglas del juego, nadie se inventó una mayoría moral ni de ninguna otra naturaleza que suplantase a la legalidad aceptada por todos los miembros del Consejo. Hacerlo ahora es perpetrar un golpe mortal contra el derecho internacional. Resulta lamentable que se fragüe a base de presiones sobre países pobres de África que además carecen de democracia, pero es imperdonable que se aliente con el activismo de Gobiernos europeos, como el español y el británico, y que pongan menos reparos para avalar un ataque ilegal que los de Chile o México, que al menos están solicitando la ampliación del plazo para dar el ultimátum al dictador iraquí.

Ciertamente no hay lágrimas que derramar por Sadam Husein, como reitera el señor Aznar, pero él será corresponsable de las consecuencias que todos tengamos que lamentar por la masacre de un pueblo y el desorden mundial que la haya amparado.

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