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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Los intereses de España

En sólo unas cuantas semanas, la política exterior de España ha sufrido cambios que la han colocado en una indefinición inquietante. España cuenta con unos activos, desarrollados con esfuerzo desde la transición, cuyo rendimiento está probado. La integración como uno de los principales países en la UE, donde España cuenta como nunca antes en la historia, y la definitiva apuesta inversora en América Latina son dos patas del trípode que se completa con las buenas relaciones con el Mediterráneo y el mundo árabe, y que sustenta con firmeza la política exterior de España y sus intereses.

Este equilibrio está, sin embargo, en peligro. Los acontecimientos no dejan de demostrar que el apoyo sin condiciones de José María Aznar a la estrategia marcada por George Bush para Irak es un gran error. No hay duda de que la relación con el mundo árabe se verá afectada. Pero además, la postura de España o, para ser precisos, de Aznar, ha convertido el problema con Irak en una prueba de fuego para la construcción europea. Mucho más que Italia, e incluso que el Reino Unido, el presidente del Gobierno español aparece como abanderado de la unilateral estrategia de Bush, al frente de la manifestación equivocada y enfrente de los dos primeros socios y clientes de España. Con la ampliación de la UE en puertas, España se ha puesto a la vez frente al principal contribuyente a los fondos de cohesión, Alemania, y aunque esto no quiera decir que Francia vaya a variar su política de ayuda, frente al país cuya cooperación es la más imprescindible en la lucha antiterrorista. No parece el mejor rediseño de nuestra política europea.

Pero el problema es más grave. En los últimos años España se ha convertido en uno de los primeros inversores en América Latina de forma independiente, distinta, autónoma y en algunos casos contrapuesta a la del primer inversor, EE UU. Las empresas españolas lideran sectores, sobre todo de servicios, en los mayores países latinoamericanos. Ha sido una política difícil de hilar, que siempre corrió peligro de ser tachada de imperialista. Pero justo cuando parecía que esa etapa estaba superada, Aznar, en su viaje para entrevistarse con Bush, cometió el error de hacer de recadero e intentar atraer al presidente de México a las posiciones del vecino del norte. La frialdad oficial y el desprecio con que los medios de comunicación mexicanos acogieron al presidente del Gobierno español no tienen precedentes en la historia reciente. Si esta lectura de la política de Aznar se extiende en el área, aunque sea por mimetismo, se habrá hecho un flaco favor a las empresas españolas. La doctrina de Moncloa, sin embargo, parece decir que no se puede estar en Latinoamérica enfrente de EE UU. Otra formidable equivocación, como demuestra lo hecho por las empresas españolas hasta ahora.

Sin cuestionar relaciones con EE UU, es difícil imaginar qué se puede sacar de positivo de este golpe de timón a los intereses de España. Es un riesgo sin ventajas. Aznar carga demasiada alforja para tan poco viaje.

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