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Lealtad, 1

Los árboles, el bosque y la guerra

Algo que sólo exponen un puñado de analistas y observadores considerados, desde siempre, como fríos y sin compromisos heredados es que la guerra contra Irak no lo es todo en el monólogo bajista de las principales Bolsas del mundo. El gran corifeo de operadores, observadores y analistas no osa enfrentarse jamás contra los poderes establecidos. Por eso centra en la guerra, y sólo en la guerra, el enemigo de los mercados financieros.

No está demostrado, sin embargo, que la partida la vayan a ganar estos últimos. Padecen la vieja enfermedad de condenar el árbol desconociendo que éste no deja ver la magnitud del bosque.

La traducción actual del viejo adagio es que el árbol de Irak, aún a sabiendas de que no es tan fornido como predica la propaganda, no deja ver el bosque en que se instalan las Bolsas y que esconden nuevos escándalos contables y financieros; multiplicadores de los mercados estadounidenses por las nubes y, en cualquier caso, muy por encima de las medias históricas; endeudamiento máximo de las familias y de los consumidores; escaso margen de maniobra de las políticas monetarias; recurso, siempre perverso, a inflar los déficit públicos y desplazamiento, hasta ahora desconocido, del inversor final frente al poderío, que en muchas ocasiones raya la manipulación, de los fondos de alto riesgo y de los especialistas en derivados.

Cuentan con sorna alguno de estos raros analistas, los que justifican la debilidad de la Bolsa más allá de la tensión geopolítica, que cualquier demora en el estallido de la guerra destacará lo que hoy no quiere ver la mayoría de quienes sostienen a duras penas la industria de la intermediación bursátil. Señalan que pueden generalizarse los casos de contabilidad creativa; patentarse los flacos balances bancarios y consolidarse el deterioro progresivo de la debilidad económica.

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