Los intereses de España
Rechazo en México a la visita de Aznar y dudas en la prensa norteamericana sobre los beneficios del apoyo a Bush. Carlos Solchaga no ve en la postura de Aznar beneficios para los intereses de España
Leo en Cinco Días dos informaciones que deberían encender la alarma de todos. Por un lado se publica el rechazo que ha generado entre la opinión política en México el inesperado viaje de Aznar para convencer al presidente Fox de apoyar a los Estados Unidos en el Consejo de Seguridad de la ONU (al menos esto es lo que ellos han interpretado). De otro, en el periódico que promovió la carta de los ocho de apoyo a las posiciones de Bush en relación con el desarme de Irak, el Wall Street Journal, en su resumen en español publicado aquí mismo, leo un reportaje que explica que la posición de apoyo total del presidente Aznar al presidente Bush se entronca en la tradición quijotesca de España, ya que nuestro país no obtendrá ningún beneficio de ella y sí puede salir claramente perjudicado en sus intereses en relación con sus socios de la Unión Europea (y quizá también con nuestros amigos en Latinoamérica a juzgar por la actitud mexicana y las fuertes reticencias de Chile, miembro del Consejo de Seguridad, y de Brasil, entre otros, a la posición española en ese foro).
Seguramente la intención de Wall Street Journal era presentar ese aspecto desinteresado de Aznar ante la opinión americana poniendo en valor su actitud frente a la mucho más cauta, por no decir claramente discrepante de muchos de sus aliados europeos. Quizá su publicación se haya entendido como una compensación por los líos políticos internos y externos en que se ha metido y nos ha metido a todos como nación Aznar. Pero una vez más el efecto de este intento de salvación personal del presidente del Gobierno no puede ser visto sino como una manifestación de condena desde España.
En efecto, cada día que pasa resulta más evidente que el Gobierno español podría haber mantenido una posición no conflictiva con Estados Unidos sin necesidad de alinearse en las tesis más duras de la Administración norteamericana y de poner en peligro nuestros intereses en la Unión Europea y en el mundo árabe. Lo que resulta más difícil es justificar cuál es el beneficio de la postura que Aznar ha adoptado para los intereses de España en términos realistas y no me refiero tan sólo a las pérdidas y ganancias a corto plazo. Estoy hablando también de la valoración de nuestra lealtad al proyecto de Unión Europea a largo plazo y el grado de confianza que podemos merecer alineándonos con el receloso Reino Unido o la desprestigiada Italia de Berlusconi. Me refiero igualmente al socavamiento de nuestra posición en América Latina, donde una política de alternativa mezclada con cooperación con el poder de Estados Unidos en una operación triangular nos estaba permitiendo adquirir posiciones de influencia y de implicación progresiva, pero respetuosa en los asuntos de aquella región. Esta situación se pone en peligro si, como ha ocurrido en México, los países latinoamericanos perciben una pérdida significativa de autonomía respecto de Estados Unidos en nuestra posición.
Además de proponer actitudes estéticas y de ensoñar papeles estelares en las relaciones internacionales de España, Aznar debería pensar un poco más en cuáles se han venido definiendo en los últimos años como los intereses fundamentales de nuestro país en política exterior. Al fin y al cabo la sabiduría acumulada por la experiencia en este campo es seguramente superior a la que atesora su comprensión de estos temas.