Bandazos en Bruselas
Los ministros de Economía de la UE dieron ayer otra lección de descoordinación en el área económica. Esta vez, la piedra de toque fue la evaluación del programa de convergencia presentado por el Reino Unido. Los ministros -con el voto en contra de España, Bélgica y Dinamarca- obviaron que el programa británico presenta una desviación del déficit totalmente contraria al Pacto de Estabilidad. La Comisión Europea se vio incluso obligada a realizar una declaración unilateral para desmarcarse de los ministros. Mientras esta benevolencia pretende de modo comprensible facilitar a Londres la adopción de la moneda única, al hacerse sin criterios claros corre el riesgo de quebrar de nuevo la credibilidad del Pacto, única norma que hasta ahora permite la convivencia de 12 políticas económicas distintas con una sola autoridad monetaria.
La Convención que prepara la Constitución de la UE debería resolver estas esquizofrenias institucionales y acabar con la discrecionalidad a que están sometidas demasiadas decisiones económicas de la zona euro. El comisario de Economía, Pedro Solbes, pedía ayer mismo 'más transparencia y predictibilidad en nuestras decisiones de política presupuestaria'. Paradójicamente, el grupo de asuntos económicos de la Convención es el más dividido y uno de los pocos que aún no ha presentado conclusiones concretas.
El problema de descoordinación amenaza con extenderse al BCE, que ahora opera con un sistema de toma de decisiones malo, pero cuya reforma ante la ampliación de la UE amenaza con empeorarlo. El BCE propone la rotación en el voto de los gobernadores de cada país, lo cual acentuará la representación territorial de cada banco, con el peligro de acentuar el sesgo nacional de cada voto. Es hora de que la autoridad monetaria opte por un sistema basado en un órgano de expertos, desligados de vínculos territoriales y cuya selección se base en criterios puramente profesionales. La credibilidad del BCE ha padecido mucho por las presiones nacionales en la elección de su primer presidente. El ejemplo de que las cosas se pueden hacer mejor está en el precursor del BCE, el Instituto Monetario Europeo, que gozó del respeto de los mercados porque su presidente, Alexandre Lamfalussy, ciudadano húngaro nacionalizado belga, tenía el respeto de los banqueros centrales y de las autoridades económicas.
Otra más. Ayer mismo, los ministros de Economía desistían por enésima vez de alcanzar un acuerdo sobre la armonización fiscal de la energía, incluso después de que cinco años de regateo hayan vaciado de toda ambición el proyecto de directiva. La UE es capaz de alcanzar acuerdos in extremis, como anteanoche los líderes de los Quince sobre el conflicto con Irak. Pero como no cabe esperar que millones de ciudadanos salgan a la calle para exigir un esfuerzo de coordinación económica, los responsables en gran parte del bienestar y el progreso de la zona euro están obligados a hacer un esfuerzo de coherencia.