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Tribuna
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Sí a la paz

Jordi de Juan i Casadevall considera imprescindible agotar la vía diplomática para resolver el caso de Irak. El autor destaca las graves repercusiones económicas de un conflicto bélico en una zona con tan delicado equilibrio

Todos queremos la paz, desde el ciudadano de pie al último responsable político, en nuestro país y fuera de él. Pero queremos una paz segura, fundada en el respeto escrupuloso a las reglas de convivencia, las que permiten a las personas y a los Estados, como sujetos de Derecho Internacional, desarrollar su verdadera autodeterminación que consiste en su aspiración legítima a construir su propio proyecto vital en paz y libertad. La paz segura es la que se funda en el respeto al Derecho.

Hago esta reflexión a propósito de la crisis de Irak, a escasas horas del debate parlamentario de esta semana y a escasas horas también de las manifestaciones convocadas para el fin de semana. Por tanto, me gustaría abstraerme de ambos eventos para, si la paciencia de mis escasos lectores me lo permite, hacer unas reflexiones serenas sobre la crisis de Irak.

La primera ya la he apuntado al principio y es que nadie desea una intervención militar en una zona tan sumamente conflictiva como es Oriente Próximo, con delicados y frágiles equilibrios de poder, y donde un conflicto bélico puede tener importantes repercusiones económicas. Hay que agotar la vía diplomática para la resolución del conflicto. Eso es precisamente lo que viene haciendo la comunidad internacional desde hace más de 10 años. Y, singularmente, es lo que viene haciendo el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas resolución tras resolución.

En un país normal, la política exterior es política de Estado, materia apta para los grandes acuerdos, los apoyos y las complicidades mutuas

La segunda reflexión se refiere a la naturaleza del régimen iraquí, una tiranía cuya principal víctima es el pueblo iraquí y sus vecinos inmediatos, que sojuzga a la minoría kurda y que no ha dudado en utilizar armas químicas contra la población civil. Es el principal enemigo de su propio pueblo.

La tercera reflexión se refiere a la conexión del régimen de Sadam Husein con el terrorismo internacional. No hablamos de un peligro potencial, sino de un riesgo real, máxime si consideramos el arsenal de armas biológicas y químicas que están en poder del dictador iraquí y que pueden pasar a manos de estas organizaciones terroristas. La destrucción de este arsenal es la garantía de una paz segura, de que no se reproduzca un 11-S o algo peor.

Cuando escribo estas líneas, los medios de comunicación hacen público el llamamiento, supuesto o real, de Bin Laden en Al-jazira a todos los musulmanes para que se alineen con el régimen de Sadam. No es el apocalíptico conflicto de civilizaciones que vaticinaba Huntington, sino una palmaria prueba de que esa conexión existe y que con las armas de destrucción masiva que posee el país iraquí deviene una seria amenaza para la paz mundial.

En estas condiciones, tras más de 10 años de espera, de incumplimientos sucesivos de las resoluciones del Consejo de Seguridad, de obstrucción deliberada a la labor de los inspectores de la ONU, el reloj de Sadam se ha parado. Cuando este artículo se publique, sabremos si se ha producido una segunda resolución del Consejo de Seguridad de la ONU. Estas resoluciones sobre verificación del desarme son, jurídicamente, vinculantes y deben cumplirse.

El reloj del nazismo no se paró en Múnich y la paz con honor de Chamberlain no fue sino el preludio de la más grande conflagración bélica que el mundo ha conocido. La Sociedad de Naciones no funcionó y la claudicación de las democracias occidentales envalentonó al régimen más oprobioso que la humanidad haya padecido. Por eso creo que el respeto al Derecho Internacional es la única garantía de una paz segura.

Hay una última reflexión, más política y de consumo interno, es la que se refiere al papel que ha jugado el principal partido de la oposición durante la crisis.

En un país normal, la política exterior es política de Estado, compartida por el Gobierno y la oposición, presidida por el necesario consenso, materia no apta para la descalificación, el insulto o la confrontación. Materia apta para los grandes acuerdos, los apoyos y las complicidades mutuas, donde el interés general exige el sacrificio de los intereses partidistas y electoralistas.

España no es un país normal, la oposición socialista, la que nos convirtió en aliados atlánticos de EE UU después de pregonar por doquier su conocido OTAN no, ha preferido explotar políticamente un antiamericanismo rancio y un noble pacifismo, compartido por todos, para obtener pingües réditos electorales. Y lo ha hecho de una forma encarnizada en los debates parlamentarios ignorando, u olvidando, su apoyo logístico a la intervención militar en la Guerra del Golfo en 1991. Claro que entonces tuvo el apoyo parlamentario del principal partido de la oposición.

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