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Tribuna
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Los rotos y los descosidos

Lo que parece una guerra ya decidida está produciendo una serie de rotos y descosidos que aparentemente se aceptan como inevitables y, en el mejor caso, cuando expresas estas preocupaciones en público te responden amablemente con la manida expresión de que ahora 'no toca' y el 'ya veremos cómo lo arreglamos'.

Pues bien, me temo que los rotos y los descosidos que está produciendo el debate universal sobre la guerra con Irak no serán fáciles de arreglar y en casos las heridas y distancias abiertas entre países y opiniones públicas serán algún tiempo insalvables.

No creo que la posición del secretario de Defensa, Donald Rumsfeld, en el reciente Foro sobre Seguridad en Múnich, sea tan fácil de comprender, y mucho menos que EE UU lo pueda aplicar con el estilo y maneras de la actual Administración republicana. Según él, el resto de la humanidad debe comprender que los supuestos estratégicos del siglo XX deben ser sustituidos. Esta nueva realidad que se presenta ha conocido una aceleración histórica con el episodio del 11-S. El brutal ataque terrorista ha hecho emerger la necesidad irreversible de llevarlo a cabo a uña de caballo, 'sin contemplaciones y sin complejos', en otra gran frase del momento.

El modelo pasa por una primera fase de explicación pública donde tenemos la obligación de comprender las razones que impulsan y que justifican terminar con el viejo orden del siglo XX y sustituirlo por otras reglas diferentes que confirmarían el nuevo orden internacional del siglo XXI. Esta fase es crucial, ya que de lo que se trata es de comprender las razones. El resto del discurso intelectual, es decir, discutirlas, rebatirlas y eventualmente rechazarlas simplemente no es posible, ya que implica, primero, estar fuera de la realidad y, segundo, aparecer como un auténtico irresponsable.

Simplificando, el resto del mundo tenemos la obligación de comprender y entender. Concretando, el resto del mundo no estaría en condiciones de rebatir y mucho menos de rechazar las imperiosas razones de este nuevo orden que nos anunció Rumsfeld en Múnich.

Cuando se plantean así las cosas se producen dos situaciones. Algunos comprenden y entienden el argumentario desde el primer momento y sin complejos se apuntan rápido al nuevo orden descrito por Rumsfeld. Se sienten felices y dispuestos a llegar al final, incluso con espíritu vocacional. Otros comprenden y entienden perfectamente las razones y el argumentario, pero no son convencidos y, en consecuencia, las rebaten, y no sólo eso, sino que intelectual o políticamente deciden oponerse. Estos son al parecer los partidarios de lo viejo en las relaciones internacionales.

El resultado, en el caso europeo, es la diferencia entre la nueva y la vieja Europa. En el universo mundial es la diferencia entre los grandes amigos, los que han conseguido hacer todo de un golpe: comprender, entender e incorporarse a lo nuevo, y los 'nuevos adversarios', que son los que habiendo comprendido y entendido de qué se trata han decidido que el nuevo orden propuesto por el amigo Rumsfeld tiene aspectos inaceptables. Así las cosas es fácil colegir los malos tiempos que se avecinan y cómo las divisiones y fracturas ya existentes se van a consolidar aumentando el tamaño de los rotos y descosidos.

La ONU, las instituciones de la UE, la OTAN sufren el resultado de esta nueva visión de las relaciones internacionales simplemente porque estas instituciones ya no son necesarias para responder a los retos del siglo XXI.

Incluso son inútiles y complicadas y el refugio tramposo de los que habiendo comprendido y entendido muy bien de qué se trata se resisten a aceptar sin más la nueva propuesta de la Administración republicana acerca del destino del mundo. Esta es la conclusión no sólo del Gobierno norteamericano, sino por supuesto de aquellos que vocacionalmente se han apuntado 'sin complejos' a la nueva realidad.

En estas condiciones poco importa el sentir de los ciudadanos. La opinión pública no termina de comprender ni de entender el pretendido nuevo orden internacional. Al contrario, de forma intuitiva, está comprendiendo y entendiendo muy bien que lo que se pretende en estos momentos tiene muy poco de nuevo y se trata, justo al revés, de recrear el viejo orden internacional de siempre, aquel en que el más poderoso siempre tiene la tentación de imponer las reglas de juego a los demás.

Esto ha sido siempre así. Los españoles lo hicimos cuando éramos los más fuertes y poderosos y en nuestros territorios no se ponía el sol. Lo hicieron Alejandro Magno, Roma, Napoleón, los emperadores japoneses y la Reina Victoria. También la dinastía de los Omeya y el imperio otomano. Todos estos formidables ejemplos de la historia se eclipsaron cuando se complicaron excesivamente la vida y se empecinaron en aplicar 'a sangre y fuego' -ahora se dice 'sin complejos'- su propia concepción del mundo.

En fin, mis queridos lectores, la historia es idiotamente repetible.

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