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Columna
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La brecha digital

Internet es la principal fuerza liberalizadora desde que se inventó la imprenta, pero el modelo de mancha de aceite con el que se expande la revolución online acentúa el peligro de marginación de los países pobres. Hoy somos 6.000 millones de personas en el mundo y el número de internautas está creciendo a buen ritmo, pues casi el 2% de esa población se incorpora cada año a la Red, pero todavía sólo uno de cada diez habitantes está conectado y hay más conexiones en Nueva York o en Singapur que en toda el África negra.

La mitad de esa población, unos 3.000 millones de personas, vive con dos euros al día, o menos, por lo que atacar la pobreza es una prioridad urgente en el mundo, además de una salvaguarda de los derechos humanos, y para lograrlo tenemos ahora Internet, si somos capaces de utilizarlo como herramienta igualitaria para combatir las diferencias económicas entre los países y las sociales dentro de cada país.

Internet puede convertirse en la principal fuerza unificadora jamás vista en el mundo, al hacer que el conocimiento, base de todo progreso, quede al alcance de todos.

Casi toda la prensa mundial está disponible con un simple clic, se viva en Valencia o en Kuala Lumpur; en Amazon.com se puede comprar el último libro, y los cultivadores de té en Kenia pueden verificar al instante los precios de los futuros de sus cosechas.

Internet, además, rebaja las barreras entre los mercados y crea nuevos negocios, como el comercio electrónico o las subastas digitales, pero, sobre todo, permite reducir espectacularmente los costes de las empresas, especialmente los destinados a comunicarse y a organizar la información, contribuyendo así a mejorar la productividad y a ser más competitivos, a crear empleo y riqueza, tanto en los países ricos como en los pobres.

Por eso Internet y las nuevas tecnologías de la información, puestas al servicio del desarrollo de los países, son el mejor instrumento para combatir la pobreza en las zonas menos favorecidas del planeta. Es el caso de India, donde el sector de la tecnología de la información está creciendo vertiginosamente y creando empleo y riqueza.

Pero ejemplos como éste son todavía la excepción, no la regla, pues el Tercer Mundo camina rezagado en el desarrollo de la Red y antes que del número de usuarios habría que empezar a hablar de la falta de infraestructuras, o de la precariedad de las ya existentes, para permitir implantar la nueva revolución de la tecnología de la información y de las comunicaciones.

Para Internet es un desafío contribuir a cerrar la brecha digital entre el Primer y el Tercer Mundo y a acortar la distancia existente entre ricos y pobres, pero esa herramienta, por muy poderosa que sea, de nada vale si no se está en condiciones de poder ser utilizada.

Los países en desarrollo deben temer más la marginalización que la globalización, y si se deja pasar la oportunidad que para ellos representa el nacimiento de la era de Internet serán los que pagarán el precio más alto, pues Internet podría convertirse incluso en un arma de doble filo que ayude a aumentar la calidad de vida de los que ya gozan de bienestar y que hunda más en la miseria a los que carecen de recursos para salir adelante.

Son los Gobiernos de los países ricos y los líderes de la revolución online los que deberían impulsar políticas activas para ayudar a cerrar la brecha digital y cegar el abismo con los países pobres.

Prestar ayuda generosa a las economías más débiles y a sus empresas no es nada sencillo cuando las economías viven tiempos de crisis, pero sin la cooperación internacional será muy difícil que los países en desarrollo se suban al carro de la revolución tecnológica en un mundo cada vez más globalizado. Pensemos que los beneficios ajenos, a la larga, siempre serán propios y terminarán reflejándose positivamente en la cuenta de resultados de las empresas y en el balance económico de los países.

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