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Viajes

Graz,tímida y espléndida

Esta semana se inicia, con sonada trompetería, la capitalidad cultural de Graz para el año. La segunda ciudad de Austria es, al propio tiempo, su pasión más oculta, su secreto mejor guardado

Un racimo de montañas suaves la tienen secuestrada. Lejos del brillo y del bullicio, pero radiante y alegre. El río Mur no es el Danubio, pero tiene la gracia de un animal joven y la abraza. La llaman la bella durmiente de Austria, su amor secreto. Y esto a pesar de ser la segunda ciudad del país (en población), una hacendosa fabricante de motores y automóviles, despensa de las más variopintas manzanas, dueña de tres universidades, capital de la boscosa y almibarada región de Estiria; una campesina, en fin, saludable y opulenta, con cierto complejo -todo hay que decirlo- de ser lo que es: provinciana por definición, pero rica (se ve enseguida) y ferozmente creativa, moderna hasta pasarse de la raya, tal vez para calmar sus demonios y complejos.

Así que cuesta creer que en el siglo pasado fuera vista como un asilo, una especie de refugio dorado para funcionarios y mílites jubilados del Imperio; la llamaban Pensionópolis las malas lenguas. Es cierto que queda a trasmano. En realidad, fue siempre territorio fronterizo y eso ha dejado huella tanto en el nombre de la región o marca (Steiermark / Estiria) como en el de la ciudad (Graz proviene de gradec, castillo frontero). Nació precisamente en torno a un bastión para mantener a raya a los turcos, del cual sólo queda una torre chata convertida en emblema. El emperador Federico III, y más tarde Fernando II, construyeron un burg o ciudadela (del que apenas quedan un par de puertas) y dejaron sus corazones en un mausoleo pegado a la catedral gótica. Pero los Habsburgo posteriores se llevaron la capital del imperio a Viena. Y Graz se abismó en la dulzura del olvido. Casi mejor: se ha protegido así un casco viejo, recién declarado por la Unesco Patrimonio de la Humanidad. Un cuerpo urbano que tiene osamenta gótica, musculatura renacentista y piel barroca, más unos toques de cosmética modernista, del biedermeier al jugendstil.

La arquitectura es, sin duda, uno de los mayores atractivos de Graz. Uno se percata de su vasto patrimonio echando una ojeada desde el soberbio mirador que es la colina del castillo (o Schlossberg), donde está la citada torre chata o del Reloj (Uhrturm): las agujas y cúpulas sobresalen a docenas sobre el remanso bermellón de los tejados. Sin embargo, Graz no es ostentosa, ni espectacular o teatral, ni siquiera fotogénica: hay que perseguir el detalle. Entonces sí, entonces es un cofre inagotable; portadas renacentistas, esgrafiados góticos, pinturas y estucados rococó, vírgenes y santos disputándose las esquinas: en Graz hay que ir siempre con la cabeza bien alta.

También por orgullo: la escuela de Graz (grazer Schule), que cuajó en torno a la Facultad de Arquitectura en los pasados años ochenta, ha mimado la piel urbana y brindado figuras reconocidas (como Günther Domenic, que ha trabajado en España). Nada de extraño, pues, que dos de los proyectos-estrella de 2003 tengan que ver con la arquitectura: una isla sobre el Mur (una especie de plaza o ágora de encuentro en forma de valvas encajadas, obra del maestro local Robert Punkenhofer y del artista neoyorquino Vito Acconci) y una Kunsthaus (sala de arte) flotando casi en el aire, una extraña burbuja azul a la que llaman ya (estará acabada después del verano) el alienígena amigo.

Junto a la arquitectura, dos aspectos dan prestigio a Graz: la literatura y la música. Graz es una ciudad eminentemente literaria (por algo es un almacén de detalles), ha producido un movimiento importante (que incluye una revista veterana y autores tan célebres como Peter Handke) y tiene su propio detective de papel (como Barcelona tiene su Carvallo). En cuanto a la música, es cuna de Robert Stolz, conocido universalmente por sus operetas, pero 2003 va a airear su faceta de autor de bandas sonoras para Hollywood, cerca de medio centenar.

En Graz, que cuenta con una preciosa ópera decimonónica y la primera facultad de jazz del mundo, la música se respira como el aire, en las cavas de sus patios secretos, bajo las puertas renacentistas o en cualquier esquina. Si al pulso vibrante que se gasta esta urbe culta y rica le añadimos los 500 actos culturales previstos para 2003, creo que hay motivos más que suficientes para que los españoles incluyan a Graz en el circuito austriaco, junto a Viena, Salzburgo o Innsbruck. Verán que Graz es diferente, inolvidable.

Localización

Cómo ir. Austrian Airlines (902 257 000) vuela desde Madrid o Barcelona a Graz, vía Viena, a partir de 343 euros ida y vuelta. Iberia (902 400 500) vuela diariamente a Viena desde varias ciudades españolas a partir de 349 euros ida y vuelta. Desde Viena se puede tomar un tren en la Südbahnhof hasta Graz, el trayecto dura unas dos horas y media y es un precioso recorrido entre montañas y bosques de almanaque. Hoteles. Augartenhotel (Schönaugasse 53, 00 43 316 20800) es un hotel nuevo de arte y diseño, compensan los cinco minutos a pie del centro por la cantidad y calidad de arte moderno; 150 euros la doble, 110 euros la sencilla. El Gran Hotel Wiesler (Grieskai 4-8, 00 43 316 70660) es el único cinco estrellas de la ciudad, a orillas del Mur y a unos pasos de las futuras Kunsthaus e isla del Mur, ambiente señorial, 203-230 euros la doble. Schlossberg Hotel (Kaiser-Franz-Josef-Kai 30, 00 43 316 80700), a pocos pasos de la plaza mayor, tiene gran encanto y muchas obras de arte, 182-225 euros la doble. Restaurantes. Mod (Bindergasse 1, 316 824800) en apenas un año se ha convertido en sitio de moda, con dos gorros Gault Millau y una estética de diseño minimalista que abarca tanto el ambiente como los platos; unos 80 euros. Stainzerbauaer (Bürgergasse 4, 316 821106), uno de los rincones burgueses más acogedores, junto a un patio gótico y una cava de jazz, unos 50 euros. Iohan (Landhausgasse 1, 316 821312), otro de los locales de diseño más exquisitos y vanguardistas, bajo las bóvedas centenarias de la Landhaus o Parlamento, unos 70 euros.

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