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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Un año de crisis en Argentina

Un año después de la caída del ex presidente Fernando de la Rúa, el derrumbe argentino no ha encontrado todavía una vía de escape. El Gobierno de Eduardo Duhalde puede anotar en su crédito el haber evitado el desencadenamiento de un proceso de hiperinflación y una explosión social masiva. Sin embargo, y más allá de la propaganda oficial, la recuperación de la crisis económica y la estructuración de una alternativa política siguen sin concretarse. Ayer se conoció que el PIB se contrajo el 10,1% en el tercer trimestre.

La devaluación del peso, una decisión favorecida y adoptada por los partidarios de terminar con la convertibilidad y favorecer las exportaciones, no ha dado el resultado esperado. La falta de crédito, cortado por la suspensión de pagos decretada hace un año, junto con el hundimiento de la inversión y la desaceleración económica mundial han impedido un despegue de las exportaciones que, en 2002, han sido menores que las de 2001. La fuga de capitales ha continuado, mientras el Gobierno ha incrementado la deuda pública con sus auxilios al sector privado. El sistema bancario continúa en estado de quiebra técnica, pero al permitirse que las entidades contabilicen los títulos de deuda pública a su valor nominal y no al de mercado, su estado patrimonial no parece tan malo. Los depósitos se incrementaron en los últimos meses, hasta hacer posible la eliminación del corralito, mientras el peso se ha estabilizado y la inflación apenas crece, tras aumentar rápidamente en los primeros meses del año.

Pero este veranito, como denominan los argentinos a la precaria estabilidad monetaria lograda por el ministro de Economía, Roberto Lavagna, tiene mucho de juego financiero y poco de cambio real. Con tipos de interés de hasta el 80% ofrecidos por la deuda pública, un control de cambios relativo y, sobre todo, una escasa masa de circulante, se ha logrado frenar la huida de la moneda nacional al dólar y, correlativamente, el aumento de la inflación. Pero con esa política monetaria astringente y la fortísima caída del salario real, casi congelado con excepción de un aumento de 130 pesos en todo el año, el consumo y la demanda no tiran. La inversión no se recupera y el crédito está cortado tanto internamente como a nivel del comercio exterior. La falta de un acuerdo con el Fondo Monetario Internacional impide, en este sentido, cualquier posibilidad de revertir la situación y generar confianza.

Pero el factor económico, con todo lo determinante que pueda ser, no oscurece el carácter decisivo de la crisis política. En Argentina no sólo se derrumbó un régimen monetario. Se ha hundido, sobre todo, un sistema político tradicional. Sin nuevas alternativas, que hoy sólo parecen pasar por la unidad electoral del peronismo, los mercados y los agentes económicos no perciben una estabilidad duradera y, mucho menos, una recuperación real de la economía. La tímida mejora de algunos sectores no basta. La economía sólo levantará cabeza si una buena política la impulsa.

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