El veranito argentino
Raimundo Ortega advierte sobre la debilidad de las señales que se vislumbran en Argentina. Un buen indicador de la situación, según el autor, será el ritmo de repatriación de los miles de millones de dólares invertidos en el exterior
No tuvo mucha suerte el presidente Duhalde; su foto, tomando el sol en bañador durante la Cumbre Latinoamérica en Santo Domingo, coincidió con la muerte de varios niños por desnutrición en Tucumán. Dramática muestra de los contrastes que caracterizan la situación de ese país, que ha creído que sus riquezas naturales le permitían vivir siempre por encima de sus posibilidades reales.
El aldabonazo que supuso el conocimiento de la desesperada situación de miles de niños en un país potencialmente tan rico se produjo no sólo cuando llegaba el verano en el hemisferio sur, sino también con la aparición de algunos síntomas económicos esperanzadores; pero ha sido la decisión de terminar con las restricciones a los movimientos de los depósitos a la vista, conocidas con el popular nombre de corralito, la que ha acaparado los titulares de la prensa estos días.
La decisión del Gobierno de liberar aproximadamente unos 25.000 millones de pesos, lo que equivale al tipo de cambio actual a 7.000 millones de dólares -es decir, el 70% de las reservas internacionales en poder del banco central argentino- ha sido una decisión arriesgada, pero avalada con el convencimiento de que no habrá una conversión elevada de esos pesos en la divisa americana, ya que la liberación de los depósitos a plazo por importe inferior a 7.000 pesos decretada el pasado mes de octubre se había traducido en una tasa de conversión situada entre el 20% y el 30%, respaldando así el convencimiento del ministro de Economía, según el cual la mayor parte de los depósitos se mantendrán de forma voluntaria en el sistema bancario.
Para evitar fuertes tormentas otoñales, Argentina y su Gobierno necesitan afianzar su credibilidad
Voluntaria puede, desde luego, ser un eufemismo y ello por dos razones: primero, porque los controles de capital existentes impiden a empresas y personas físicas sacar su dinero del país; segundo, porque los titulares de esos depósitos -en su mayoría pequeñas y medianas empresas- necesitaban desesperadamente esos fondos para efectuar las transacciones corrientes ligadas a sus actividades habituales; cierto que ha ayudado, y no poco, la moderación de la tasa de inflación, que en los últimos siete meses se ha reducido en más de nueve puntos.
Ahora bien, quedan pendientes dos graves amenazas: la primera es el corralón, o sea, la liberalización de los algo más de 22.000 millones de pesos en depósitos a plazo que todavía permanecen inmovilizados. Lo grave es que una parte de sus titulares ha presentado un recurso de amparo ante los tribunales demandando que aquéllos sean devueltos en la moneda en que se efectuó la imposición. Si el Tribunal Supremo fallase en contra del Gobierno, éste se encontraría con una redolarización en una economía pesificada por decreto y muy probablemente ello desestabilizase un sistema financiero cogido aún con alfileres.
Ya se indicó antes que el verano austral ha traído no sólo calor, sino también esperanza a la coyuntura económica argentina: se modera el descenso de la actividad y la inflación, llegan turistas y se animan ciertas exportaciones, se estabiliza el peso y los ingresos fiscales crecen algo, los bancos recuperan depósitos y las reservas del banco central se mantienen aun cuando ello sea a costa de la dimisión del presidente del Banco Central, no honrar los compromisos internacionales y de suspender, como se ha hecho recientemente, el pago de un préstamo del Banco Mundial haciendo frente únicamente a los intereses. Y, para colmo, las negociaciones con el Fondo Monetario Internacional para posponer hasta finales de 2003 el pago de unos 18.000 millones de dólares siguen estancadas y con ellas aparece una doble amenaza: la congelación de nuevos créditos por importe de unos 3.300 millones de dólares y la sombra de una suspensión de pagos a cinco meses vista.
Las reticencias de fondo son políticas y no lo oculta. El próximo 25 de mayo habrá un nuevo presidente y un nuevo Gobierno, pero las luchas internas dentro del peronismo hace tiempo que empezaron, con el decidido propósito del actual presidente de impedir el retorno de su gran enemigo: Menem.
Uno puede equivocarse, pero el veranito acaso resulte un espejismo que se desvanezca en los próximos meses. Ojalá no suceda así; en todo caso vamos a contar con un buen indicador del estado de ánimo de los argentinos y de sus pronósticos sobre el futuro: el ritmo de repatriación de los 140.000 millones de dólares que tiene prudentemente invertidos en el exterior.