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Columna
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Lloramos por ti, Argentina

El problema argentino es el resultado de una sucesión de malas políticas en un proceso de degradación institucional. Carlos Sebastián vincula recuperación sostenida con la regeneración política

Carlos Sebastián

El levantamiento del corralito no ha supuesto una mayor depreciación del peso, la producción industrial y las ventas han empezado a crecer, el empleo ha comenzado a aumentar, la inflación ha dejado de subir. ¿Ha entrado Argentina en una senda de recuperación sostenida tras la enorme crisis de los últimos 12 meses? Lo dudo. Tendrían que cambiar muchas más cosas y no hay el menor signo de que éstas lo vayan a hacer.

El problema argentino es el resultado de una sucesión de malas políticas en un proceso de degradación institucional. Procesos que se alimentan mutuamente. Para comprenderlo, hay que remontarse a la reacción de la sociedad argentina al clima de inestabilidad que nace con la Primera Guerra Mundial y se agudiza con la Gran Depresión. Comenzó entonces la erosión del pacto institucional (que surge con la Constitución de 1853 y se consolida, finalmente, en 1880) que tan buenos resultados dio durante 34 años y convirtió a Argentina en uno de los países más ricos del mundo. El pacto no sólo armonizaba los intereses fiscales de las provincias con los del Estado y ponía fin a la inestabilidad política interna, sino que desarrollaba una justicia independiente, creaba mecanismos para limitar los poderes políticos y, en fin, consolidaba una situación de defensa de los derechos de propiedad.

El peronismo supuso la aceleración de esa erosión institucional. Puede decirse que el peronismo consagró una coalición de burócratas corruptos (de la Administración y de los sindicatos tutelados y promovidos por el Estado) y de empresarios y terratenientes no innovadores, que hoy, 60 años después, sigue viva. Esta coalición se consolidó en el contexto de una política altamente intervencionista en la que se controlaba administrativamente el comercio exterior y muchos precios y se nacionalizaban depósitos bancarios y empresas. Ninguno de los Gobiernos posteriores, ni los militares ni los democráticos, han conseguido desatar una dinámica que rompiera esa coalición. En buena parte, porque los primeros Gobiernos democráticos apostaron por políticas proteccionistas (apoyados por los economistas de la Cepal de entonces, que tanto daño han hecho a las economías latinoamericanas) en las que los miembros de la coalición no sólo no perdían poder sino que lo extendían. La vuelta de Perón, su viuda y los militares que masacraron ciudadanos y derechos hasta 1982 no hicieron sino profundizar aún más esa situación. Los beneficiarios de la coalición apenas sufrían con los ajustes que periódicamente hubo que hacer para compensar los errores de los distintos Gobiernos, pues iban colocando su riqueza en activos de otros países.

El currency board que impuso el Gobierno de Menem en 1991 supuso un intento de ganar credibilidad (monetaria) por la fuerza, no por el uso responsable del poder. Y esto no suele funcionar a largo plazo. A veces, como en esta ocasión, tiene éxito a corto plazo (se controló la inflación), pero los grilletes acaban por generar heridas, que pueden ser graves si los grilletes se mantienen. Y así ha sido. La falta de disciplina fiscal, la baja productividad y la corrupción sindical y política hacían imposible mantener una relación unitaria del peso con el dólar. Y cuando esa paridad dejó de ser creíble el estallido ha sido brutal.

Es imposible una recuperación sostenida sin una regeneración política. Cuando vemos, en la situación crítica actual, peleas miserables entre provincias y Gobierno, entre éste y el poder judicial, que son sólo peleas entre facciones del Justicialismo, no podemos esperar ningún tipo de regeneración a medio plazo.

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